El mamífero racional, equivocadamente llamado hombre, realmente no posee una individualidad definida. Incuestionablemente, esta falta de unidad psicológica en el humanoide es la causa de tantas dificultades y amarguras.
El cuerpo físico es una unidad completa y trabaja como un todo orgánico, a menos que esté enfermo. Empero, la vida interior del humanoide de ninguna manera es una unidad psicológica. Lo más grave de todo esto, a despecho de lo que digan las diversas escuelas del pseudoesoterismo, es la ausencia de organización psicológica en el fondo íntimo de cada sujeto. Ciertamente, en tales condiciones no existe el trabajo armonioso unitotal en la vida interior de las personas.
El humanoide, en lo que concierne a su estado interior, es una multiplicidad psicológica, una suma de "yoes". Los ignorantes ilustrados de la época tenebrosa le rinden culto al "yo", lo endiosan, lo ponen en los altares, lo llaman "alter ego", "yo superior", "yo divino" y así sucesivamente. No quieren darse cuenta los sabihondos de esta edad negra en que vivimos de que "yo superior" o "yo inferior" son dos secciones del mismo ego pluralizado. El humanoide no posee un "yo" permanente, sino una multitud de "yoes" diferentes, infrahumanos y absurdos.
EL QUERIDO EGO
Como superior e inferior son dos secciones de una misma cosa, no está de más sentar el siguiente corolario: "el 'yo superior' y el 'yo inferior' son dos aspectos del mismo ego tenebroso y pluralizado". El denominado "yo divino", "yo superior" o "alter ego" es una triquiñuela del "mí mismo", una forma de autoengaño.
Cuando el yo quiere perpetuar su existencia se autoengaña con el falso concepto de un "yo divino" o inmortal. Ninguno de nosotros tiene un yo verdadero, permanente, inmutable, eterno o inefable; ninguno de nosotros tiene una verdadera y auténtica "unidad de ser"; desafortunadamente, ni siquiera contamos con una legítima individualidad.
Aunque el ego continúa más allá del sepulcro, tiene un principio y un fin. El ego o yo nunca es algo individual, unitario o unitotal. El yo es yoes. En el Tíbet oriental a los yoes se les denomina "agregados psíquicos" o simplemente "valores", sean estos últimos positivos o negativos. Si pensamos en cada yo como una persona diferente, podemos aseverar en forma enfática que dentro de cada uno de nosotros existen muchas personas.
El pobre animal intelectual es semejante a una casa en desorden donde, en vez de un amo, existen muchos criados que quieren mandar y hacer lo que les viene en gana. El mayor error del pseudoesoterismo o pseudoocultismo barato es suponer que poseemos un yo permanente e inmutable, sin principio ni fin. Si esos que así piensan despertaran conciencia, aunque fuese por un instante, podrían evidenciar por sí mismos que el humanoide racional nunca es el mismo por mucho tiempo. Desde el punto de vista psicológico, el mamífero intelectual está cambiando continuamente.
Pensar que una persona con un nombre específico es siempre la misma, resulta algo así como una broma de muy mal gusto. Ese sujeto a quien se le llama de una manera, tiene en sí mismo otros yoes, otros egos, que se expresan a través de su personalidad en diferentes momentos. Y aunque la persona a quien conocimos no guste de la codicia, existen en ella otros yoes que sí son codiciosos, y así sucesivamente. Ninguna persona es la misma en forma continua, y realmente no se necesita ser muy sabio para darse cuenta cabal de los innumerables cambios y contradicciones de cada sujeto.
Suponer que alguien posee un yo permanente e inmutable equivale desde luego a un abuso para con el prójimo y para consigo mismo que se prestará a decepciones. Dentro de cada persona viven muchas personas, muchos yoes - unos mejores, otros peores -; esto se puede verificar por sí mismo y en forma directa por cualquier individuo despierto, consciente. Cada una de estas personas o yoes lucha por la supremacía, quiere ser exclusiva, controla el cerebro intelectual o los centros emocional y motor cada vez que puede, mientras otro lo desplaza.