Todo lo que vemos externo, es interior. Luego, si no trabajamos sobre el interior, vamos por el camino del error, porque no modificaríamos entonces nuestra vida.
Si queremos ser distintos, necesitamos transformarnos íntegramente, y si queremos transformarnos, debemos empezar por transformar las impresiones.
Ahí está la clave para la transformación radical del individuo.
La Gnosis está destinada a aquellos aspirantes sinceros que verdaderamente quieran trabajar sobre sí mismos y cambiar.
Samael Aun Weor
Este tipo de trabajo no es externo, sino interno, y quienes piensen que cualquier manual de urbanidad o sistema ético externo y superficial, los puede llevar hacia el éxito, están de hecho profundamente equivocados.
El hecho concreto y definitivo de que el Trabajo Intimo empiece con la atención concentrada, con la observación plena de sí mismo, es motivo más que suficiente como para demostrar que esto exige un esfuerzo personal muy particular de cada uno de nosotros.
Hablando francamente y sin ambages, aseveramos en forma enfática lo siguiente: ningún otro ser humano podría hacer este trabajo por nosotros.
No es posible cambio alguno en nuestra psiquis, sin la observación directa de todo ese conjunto de factores subjetivos que llevamos dentro.
Dar por aceptada la multiplicidad de “yoes”, descartando la necesidad del estudio y observación directa de los mismos, significa de hecho una evasiva o escapatoria, una huida de sí mismos, en forma de auto‑engaño.
Sólo a través del esfuerzo riguroso que implica la observación directa de sí mismos –sin escapatorias de ninguna especie–, podemos evidenciar, realmente, que no somos Uno, sino muchos.
Mientras un hombre sustente la ilusión de que es siempre Una y la misma persona, no puede cambiar, y la finalidad de este trabajo es precisamente el lograr un cambio gradual en nuestra vida interior.
Samael Aun Weor
“Tratado de Psicología Revolucionaria”.
Lo importante, para cualquier ser humano, es su vida. Necesitamos con urgencia máxima, inaplazable, impostergable, trabajar cada uno de nos sobre la propia vida, si es que en realidad anhelamos un cambio radical.
Aquellos que aplazan el trabajo sobre sí mismos para mañana, nunca trabajarán realmente, porque siempre será mañana.
La Humanidad está tan enfrascada en el mundo de los cinco sentidos, que no acierta a comprender cómo podría independizarse de éllos; cree, firmemente, que sus sentidos le muestran la realidad. Así nuestra vida interior, la vida de pensamientos y sentimientos, sigue siendo confusa para nuestras concepciones razonativas‑intelectivas. No obstante, al mismo tiempo, sabemos muy bien dónde vivimos realmente: en nuestro mundo de pensamientos y sentimientos, y ésto es algo que nadie puede negar.
Necesitamos aprender a transformar nuestras propias impresiones; empero, no es posible transformar cosa alguna en nosotros, si seguimos apegados al mundo de los cinco sentidos.
Si queremos ser distintos, necesitamos transformarnos íntegramente, y si queremos transformarnos, debemos empezar por transformar las impresiones.
Ahí está la clave para la transformación radical del individuo.
La Gnosis está destinada a aquellos aspirantes sinceros que verdaderamente quieran trabajar sobre sí mismos y cambiar.
Samael Aun Weor
Este tipo de trabajo no es externo, sino interno, y quienes piensen que cualquier manual de urbanidad o sistema ético externo y superficial, los puede llevar hacia el éxito, están de hecho profundamente equivocados.
El hecho concreto y definitivo de que el Trabajo Intimo empiece con la atención concentrada, con la observación plena de sí mismo, es motivo más que suficiente como para demostrar que esto exige un esfuerzo personal muy particular de cada uno de nosotros.
Hablando francamente y sin ambages, aseveramos en forma enfática lo siguiente: ningún otro ser humano podría hacer este trabajo por nosotros.
No es posible cambio alguno en nuestra psiquis, sin la observación directa de todo ese conjunto de factores subjetivos que llevamos dentro.
Dar por aceptada la multiplicidad de “yoes”, descartando la necesidad del estudio y observación directa de los mismos, significa de hecho una evasiva o escapatoria, una huida de sí mismos, en forma de auto‑engaño.
Sólo a través del esfuerzo riguroso que implica la observación directa de sí mismos –sin escapatorias de ninguna especie–, podemos evidenciar, realmente, que no somos Uno, sino muchos.
Mientras un hombre sustente la ilusión de que es siempre Una y la misma persona, no puede cambiar, y la finalidad de este trabajo es precisamente el lograr un cambio gradual en nuestra vida interior.
Samael Aun Weor
“Tratado de Psicología Revolucionaria”.
Lo importante, para cualquier ser humano, es su vida. Necesitamos con urgencia máxima, inaplazable, impostergable, trabajar cada uno de nos sobre la propia vida, si es que en realidad anhelamos un cambio radical.
Aquellos que aplazan el trabajo sobre sí mismos para mañana, nunca trabajarán realmente, porque siempre será mañana.
La Humanidad está tan enfrascada en el mundo de los cinco sentidos, que no acierta a comprender cómo podría independizarse de éllos; cree, firmemente, que sus sentidos le muestran la realidad. Así nuestra vida interior, la vida de pensamientos y sentimientos, sigue siendo confusa para nuestras concepciones razonativas‑intelectivas. No obstante, al mismo tiempo, sabemos muy bien dónde vivimos realmente: en nuestro mundo de pensamientos y sentimientos, y ésto es algo que nadie puede negar.
Necesitamos aprender a transformar nuestras propias impresiones; empero, no es posible transformar cosa alguna en nosotros, si seguimos apegados al mundo de los cinco sentidos.
Nuestro tema de hoy está relacionado con la cuestión de la transformación de uno mismo.
En nuestra pasada pláticas, mucho dijimos sobre la importancia que tiene la vida en sí misma; dijimos, también, que un hombre es lo que es su vida y que ésta es como una película que al desencarnar nos la llevamos para revivirla en forma retrospectiva en el Mundo Astral, y al retornar, la traemos para proyectarla otra vez sobre el tapete del mundo físico. Es claro que la Ley de Recurrencia existe y que todos los acontecimientos se repiten; que todo vuelve realmente a ocurrir tal y como sucedió, más las consecuencias buenas y malas, eso es obvio.
Ahora bien, lo importante es conseguir la transformación de la vida, y esto es posible si uno se lo propone, profundamente.
“Transformación” significa que una cosa cambia en otra cosa diferente. Es lógico que todo es susceptible de cambios.
Existen transformaciones muy conocidas de la materia; nadie podría negar, por ejemplo, que el azúcar se transforma en alcohol, y que el alcohol –a su vez–, se convierte en vinagre por la acción de los fermentos –esta es la transformación de una substancia molecular en otra substancia molecular–. Uno sabe, en la nueva Química de los átomos y elementos, que el Radio, por ejemplo, se transforma lentamente en Plomo.
Los Alquimistas de la Edad Media hablaban de la “transmutación del plomo en oro”. Sin embargo, no siempre aludían a la cuestión metálica, meramente física. Normalmente querían indicar, con tales palabras, la transmutación del “plomo” –éste de la Personalidad–, en el “oro del Espíritu”. Así pues, conviene que reflexionemos en todas estas cosas.
En los Evangelios, la idea del “hombre terrenal” comparado éste a una semilla capaz de crecimiento, tiene la misma significación, como la tiene también la idea del re-nacimiento, de un hombre que “nace otra vez”. Sin embargo, es obvio que si el grano no muere, la planta no nace; en toda transformación existe muerte y nacimiento, o muerte y resurrección, tú lo sabes.
En la Gnosis, consideramos al hombre como una fábrica de tres pisos que absorbe normalmente tres alimentos:
El alimento común, normalmente le corresponde al piso inferior de la fábrica –a la cuestión ésta del estómago–.
El aire, naturalmente, está en el segundo piso, pues se haya relacionado con los pulmones.
Y las impresiones, indubitablemente están íntimamente asociadas al cerebro, o tercer piso esto es cuestión de observación, ¿verdad, hermanos?
El alimento que comemos, sufre sucesivas transformaciones, eso es incuestionable. El proceso de la vida en sí misma, por sí misma, es la transformación. Cada criatura del Universo, vive mediante la transformación de una substancia en otra. Un vegetal, por ejemplo, transforma el aire, el agua y las sales de la tierra, en nuevas substancias vitales, en elementos útiles para nosotros, como son por ejemplo, las nueces, las frutas, las papas, los limones, las judías, los guisantes, etc. Así pues, todo es transformación.
Por la acción de la luz solar, y de los variados fermentos de la Naturaleza, es incuestionable que la sensible película de vida, que normalmente se extiende sobre la faz de la Tierra, conduce toda la Fuerza Universal hacia el interior mismo del mundo planetario en que vivimos. Pero cada planta, cada insecto, cada criatura, el mismo “animal intelectual” equivocadamente llamado hombre, absorbe, asimila determinadas fuerzas cósmicas y luego las transforma y retransmite inconscientemente a las capas anteriores del organismo planetario. Tales fuerzas transformadas, se hayan íntimamente relacionadas con toda la economía de este organismo planetario en que vivimos. Indubitablemente Cada criatura, según su especie, transforma determinadas fuerzas que luego retransmite al interior de la Tierra, para la economía del mundo. También las demás criaturas, las distintas especies, las plantas, etc., cumplen la misma función.
En todo existe transformación. Así pues, la epidermis –dijéramos– de la Tierra es un órgano de transformación.
Cuando comemos el alimento, tan necesario para nuestra subsistencia, éste es transformado –claro está–, etapa tras etapa, en todos esos elementos vitales tan indispensables para nuestra misma existencia. ¿Quién realiza dentro de nosotros ese proceso de transformación de las substancias? El centro Instintivo. ¡Cuán sabio es tal centro! ¡Realmente, nos asombramos de la sabiduría de dicho centro!
La digestión en sí misma, es transformación. Todos pueden ver que el alimento tomado por el estómago –es decir, la parte inferior de esta fábrica de tres pisos, que es el organismo humano–, sufre transformaciones. Si un alimento, por ejemplo, pasara al estómago y no se transformara, el organismo no podría asimilar sus principios, sus vitaminas, sus proteínas; eso sería, sencillamente, una indigestión. Así pues, conforme nosotros vamos reflexionando en esta cuestión, llegamos a comprender la necesidad de pasar por una transformación.
Claro está que los alimentos físicos se transforman; más hay algo que nos deja mucho a la reflexión: no existe una transformación –por ejemplo–, adecuada de las impresiones. Para el propósito de la Naturaleza propiamente dicha, no hay necesidad alguna de que el animal intelectual equivocadamente llamado hombre, transforme realmente las impresiones. Pero un hombre puede transformar sus impresiones, por sí mismo, si posee naturalmente, conocimientos –dijéramos– de fondo, esotéricos, y comprende el por qué de esa necesidad. ¡Resultaría magnífico transformar las impresiones!
La mayoría de las gentes, como tú has visto en el terreno de la vida práctica, creen que este mundo físico les va a dar exactamente lo que anhelan y buscan, y he ahí una tremenda equivocación. La vida en sí misma, entra en nosotros en nuestro organismo, en forma de meras impresiones.
Lo primero que realmente debemos comprender, es el significado de este trabajo esotérico, relacionado íntimamente con la cuestión de las impresiones. ¿Qué necesitamos transformarlas? ¡Es verdad! Y uno no podría realmente transformar su vida, si no transforma las impresiones que llegan a la mente. Es urgente, pues, que los que escuchen este cassette, reflexionen en lo que aquí estamos diciendo.
No existe realmente tal cosa como la “vida externa”. Y vean ustedes que estamos hablando de algo muy revolucionario, pues todo el mundo cree que el físico es lo real; pero si vamos un poquito más a fondo, lo que realmente estamos recibiendo, a cada instante, a cada momento, son meramente impresiones. Vemos a una persona que nos agrade o que nos desagrade, y lo primero que obtenemos son impresiones de esa naturaleza, ¿verdad? Esto no lo podemos negar.
La vida es, dijéramos, una sucesión de impresiones, no como creen muchos “ignorantes ilustrados”: una cosa sólida, física, de tipo exclusivamente material. La realidad de la vida son sus impresiones. Claro está que esta idea que estamos emitiendo a través de esta grabación, resulta ciertamente muy difícil de capturar, de aprehender; constituye un muy trabajoso punto de intersección. Es posible que ustedes que me están escuchando, tengan la certeza de que la vida que tienen existe como tal, y no como sus impresiones. Están tan sugestionados ustedes por el mundo físico, que obviamente así piensan.
La persona que vemos sentada, por ejemplo, en una silla allá, con tal o cual traje de color, aquel que nos sonríe más allá, aquel que va tan serio, etc., son para nosotros cosas reales, ¿verdad? Pero si meditamos profundamente en todo lo que vemos, llegamos a la conclusión de que lo real son las impresiones. Estas como ya dije, llegan a la mente a través –claro está– de las ventanas de los sentidos. Si no tuviéramos, por ejemplo ojos para ver, ni oídos para oír, ni tacto para tocar, ni olfato para oler, etc., ni aún siquiera gusto para gustar los alimentos que entran en nuestro organismo, ¿existiría acaso para nosotros, esto que se llama “mundo físico”? Claro que no, ¡absolutamente no!
La vida, pues, nos llega en forma de impresiones, y es ahí, precisamente ahí, donde existe la posibilidad de trabajar sobre nosotros mismos.
Ante todo, si eso queremos hacer, pues hay que comprender el trabajo que debemos hacer. Si no hiciéramos ese trabajo en forma correcta, ¿cómo podríamos lograr una transformación psicológica en sí mismos? Es obvio que el trabajo que vamos a realizar sobre sí mismos, debe ser sobre las impresiones que estamos recibiendo a cada instante, a cada momento. A menos que lo aprehenda, o dijéramos que lo capte, etc., nunca comprendería el significado de lo que en el trabajo es llamado el “Primer Choque Consciente”.
El “Choque” se relaciona con esas impresiones que son todo cuanto conocemos del mundo exterior, que estamos recibiendo, que tomamos como si fueran las verdaderas cosas, las verdaderas personas.
Necesitamos, pues, transformar nuestra vida, y ésta es interna. Al querer transformar, pues, estos aspectos psicológicos de nuestra existencia, obviamente necesitamos trabajar sobre las impresiones que entran en nosotros, ¡claro está!
¿Por qué llamamos nosotros al trabajo sobre la transformación de las impresiones, el Primer Choque Consciente? Por un motivo, mis queridos hermanos gnósticos, por un motivo: porque sencillamente, es algo que en modo alguno podríamos efectuar en forma meramente mecánica. Esto no sucede jamás mecánicamente, se necesita de un esfuerzo autoconsciente.
Es claro que un aspirante gnóstico que comience a comprender esta clase de trabajo, obviamente, por tal motivo, comienza a dejar de ser un hombre mecánico que sirve exclusivamente a los fines de la Naturaleza; una criatura absolutamente dormida, que sencillamente no es más que una “empleada” de la Naturaleza, para los fines económicos de la misma, los cuales realmente no sirven en modo alguno, a los intereses de nuestra propia Auto‑Realización Intima.
Si ustedes comienzan ahora a comprender el significado de todo cuanto en este “cassette” estamos enseñando; si piensan ahora en el significado de todo cuanto se les enseña a hacer, por la vía –dijéramos–, del esfuerzo propio, empezando con la observación de sí mismos, verán sin duda, mis queridos hermanos gnósticos, que en el lado práctico del trabajo esotérico, todo se relaciona íntimamente con la transformación de las impresiones y lo que resulta naturalmente de las mismas.
El trabajo, por ejemplo, sobre las emociones negativas, sobre los estados de ánimo enojosos, sobre la cuestión ésta de la identificación, sobre la autoconsideración, sobre los “yoes sucesivos”, sobre la mentira, sobre la auto‑justificación, sobre la disculpa y sobre los estados inconscientes en que nos encontramos, se relacionan en todo con la transformación de las impresiones y lo que resulta de ello.
Así convendrá, mis queridos hermanos gnósticos, que en cierto modo el trabajo sobre sí mismos se compare a la digestión, en el sentido de que es una transformación. Quiero que ustedes reflexionen profundamente en esto, comprendan pues, lo que es el Primer Choque. Es preciso formar un instrumento de cambio en el lugar de entrada de las impresiones, ¡no lo olviden!
Si mediante la compresión del trabajo, ustedes pueden aceptar la vida como trabajo, realmente esotérico, entonces estarán en un estado constante de Recuerdo de Sí Mismos. Este estado de Conciencia de Sí Mismos, los llevará a ustedes naturalmente al terreno viviente de la transformación de las impresiones, y así normalmente o supranormalmente, –dijéramos mejor–, al de una vida distinta, en lo que a ustedes naturalmente respecta. Es decir, que ya la vida no obrará más sobre todos ustedes, mis queridos hermanos, como lo hacía antes; comenzarán ustedes a pensar y a comprender de una manera nueva, y éste es el comienzo, naturalmente, de su propia transformación. Porque mientras ustedes sigan pensando de la misma manera, tomando la vida de la misma manera, es claro que no habrá ningún cambio en ustedes.
Transformar las impresiones de la vida, es transformarse uno mismo, mis queridos hermanos gnósticos, y sólo una manera de pensar enteramente nueva, puede efectuarlo. Todo este descanso, pues, radica exclusivamente en una forma –dijéramos–, radical de transformación. Si uno no se transforma, nada logra.
Comprenderán ustedes que la vida nos exige naturalmente reaccionar. Todas esas reacciones forman nuestra vida, nuestra vida personal. Cambiar la vida de uno, no es cambiar las circunstancias meramente externas, es cambiar realmente las propias reacciones. Pero si no vemos que la vida exterior nos llega como meras impresiones que nos obligan incesantemente a reaccionar –en una forma, dijéramos, más o menos estereotipada–, no veremos dónde empieza el punto que realmente posibilite el cambio, y dónde es posible trabajar.
Si las reacciones, que forman nuestra vida personal, son casi todas de tipo negativo, entonces también nuestra vida será negativa. La vida consiste principalmente en una serie sucesiva de reacciones negativas, que van como respuesta incesante a las impresiones que llegan a la mente. Luego nuestra tarea consiste en transformar las impresiones de la vida, de modo que no provoquen ese tipo de reacciones negativas a que estamos tan acostumbrados. Pero para lograrlo, es necesario estarnos auto‑observando de instante en instante, de momento en momento. Es urgente estar, pues, estudiando nuestras propias impresiones. Luego se puede dejar que las impresiones lleguen de un modo negativo, mecánico, o no. Si no lo hace, equivale a empezar a vivir más conscientemente.
Es decir, uno puede permitir darse el lujo de que la vida y las impresiones lleguen mecánicas, pero si no comete semejante error, si transforma las impresiones, entonces comienza a vivir conscientemente. Por eso se dice que ese es el Primer Choque Consciente.
Tal Primer Choque Consciente radica, precisamente, en la transformación de las impresiones que llegan a la mente. Si no se consigue transformar las impresiones que llegan a la mente, en el momento mismo de su entrada, siempre se puede trabajar en el resultado de las mismas, e impedir –claro está–, que produzcan sus efectos mecánicos, que siempre suelen ser desastrosos en el interior de nuestra psiquis.
Todo ello requiere un sentimiento definido, una vibración definida del trabajo, una valorización de la Enseñanza. Porque significa que este esotérico trabajo gnóstico debe ser llevado hasta el punto, por así decirlo, donde entran las impresiones, y son distribuidas mecánicamente a su lugar acostumbrado en la Personalidad, para evocar las antiguas reacciones.
Quiero que ustedes vayan entendiendo un poquito más. Voy a tratar, dijéramos, de simplificar, a fin de que ustedes puedan entender. Pondré un ejemplo: si arrojamos una piedra a un lago cristalino, en el lago se producen impresiones, y la respuesta a esas impresiones dadas por la piedra son las reacciones. Estas se manifiestan en ondas que van desde el centro hasta la periferia, ¿verdad?
Bueno, ahora lleven ustedes, mis queridos hermanos gnósticos, este ejemplo a la mente. Imagínensela, un momento, como un lago. De pronto, aparece la imagen de una persona. Esa imagen, es como la piedra de nuestro ejemplo que llega al lago de la mente. Entonces la mente reacciona en forma de reacciones, ¿verdad? Las impresiones son las que producen la imagen que llega a la mente; las reacciones son la respuesta a tales impresiones.
Si ustedes tiran una pelota contra un muro, el muro recibe la impresión, pero luego viene la reacción, que consiste en que inconscientemente, regresa la pelota hacia quien la mandó. Bueno, puede que no le llegue directamente, pero de todas maneras rebota la pelota y eso es reacción, ¿verdad?
El mundo, todo, está formado por impresiones. Por ejemplo, nos llega la imagen de una mesa, es una imagen que nos llega a la mente a través de los sentidos. No podemos decir que ha llegado la mesa o que la mesa se ha metido en nuestro cerebro, eso sería absurdo, pero sí se ha metido una imagen de la mesa y entonces nuestra mente reacciona inmediatamente diciendo: “esto es una mesa y es de madera o es de metal, etc.”
Creo que ustedes me van entendiendo, ¿no? Bien, ahora hay impresiones que no son muy agradables, por ejemplo, las palabras de un insultador no son, por cierto, bastante hermosas que se diga, ¿no? ¿Podríamos transformar esas palabras del insultador? No, las palabras son como son, ¿entonces, qué podríamos hacer? ¿Transformar las impresiones que tales palabras nos producen? Sí, eso es posible, y la Enseñanza Gnóstica nos enseña a cristalizar la Segunda Fuerza –es decir, al Cristo en nosotros– mediante un postulado que dice: “Hay que recibir con agrado las manifestaciones desagradables de nuestros semejantes”.
He ahí, pues, el modo de transformar las impresiones que producen, en nosotros, las palabras de un insultador: recibir con agrado las manifestaciones desagradables de nuestros semejantes. Este postulado nos llevará, naturalmente, a la cristalización de la Segunda Fuerza –es decir, al Cristo en nosotros– hacer que el Cristo venga a tomar forma.. Es un postulado sublime, esotérico en un ciento por ciento.
Ahora bien, si del mundo físico no conocemos sino las impresiones, entonces propiamente el mundo físico no es tan externo como creen las gentes. Con justa razón dijo don Enmanuel Kant: “Lo exterior es lo interior”. Así pues, si lo interior es lo que cuenta, pues debemos transformar lo interior, las impresiones son interiores.
Así pues, todos los objetos, las cosas, todo lo que vemos, existe en nuestro interior en forma de impresiones. Si nosotros no transformamos las impresiones, nada cambia en nosotros. La lujuria, la codicia, el odio, el orgullo, etc., existen en forma de impresiones dentro de nuestra psiquis que vibran incesantemente. Y el resultado mecánico de tales impresiones, han sido todos esos elementos inhumanos que llevamos dentro, y que normalmente los hemos llamado “yos” o “yoes”, que en su conjunto constituyen el “mi mismo”, el “sí mismo”, ¿verdad?
Supongamos que un individuo, por ejemplo, ve a una mujer provocativa y que no transforma sus impresiones. El resultado será que las mismas –de tipo naturalmente lujurioso–, originen en él, pues, el deseo de poseerla. Tal deseo viene a ser el resultado mecánico de la impresión recibida, y ese deseo viene a cristalizar, a tomar una forma en nuestra psiquis, se convierte en un “agregado” más, es decir, en un elemento inhumano, en un nuevo “yo” de tipo lujurioso que viene a agregarse a la suma ya de elementos inhumanos que en su totalidad constituyen el Ego, el “mí mismo”, el “sí mismo”.
Pero vamos a seguir reflexionando. En nosotros existe ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza y gula. Ira, ¿por qué? Porque muchas impresiones llegaron a nosotros, a nuestro interior, y nunca las transformamos. El resultado mecánico de tales impresiones, pues de ira, fueron los “yoes” que aún existen, viven en nuestra psiquis, y que constantemente, pues, nos hacen sentir coraje.
Codicia. Indudablemente, muchas cosas despertaron en nosotros la codicia: el dinero, las joyas, las cosas materiales de toda clase, etc. Esas cosas, esos objetos, llegaron a nosotros en forma de impresiones. Nosotros cometimos el error de no haber transformado esas impresiones, por ejemplo en otra cosa diferente: en una admiración por la belleza, o en altruismo, o en alegría por el dueño de tales o cuales cosas, en fin, en fin. ¿Y qué? Pues que tales impresiones no transformadas, naturalmente se convirtieron en “yoes” de codicia que ahora cargamos en nuestro interior.
En cuanto a la lujuria, ya dije que distintas formas de lujuria llegaron a nosotros en forma de impresiones, es decir, surgieron en el interior de nuestra mente imágenes, dijéramos, de tipo erótico, cuya reacción fue la lujuria. Como quiera que nosotros no transformamos entonces esas ondas lujuriosas, esas vibraciones lujuriosas, esas impresiones, ese sentir lujurioso, ese erotismo malsano, no bien entendido –porque bien entendido, ya dije que el erotismo es sano–, naturalmente que el resultado no se hizo esperar: fue completamente mecánico, nacieron nuevos “yoes” dentro de nuestra psiquis, de tipo, claro está, morbosos.
Así pues, hoy en día nos toca trabajar sobre las impresiones que tenemos en nuestro interior y sobre sus resultados mecánicos. Dentro, tenemos impresiones de ira, de codicia, de lujuria, de envidia, de orgullo, de pereza, de gula, etc., etc., y “otras tantas hierbas”. También tenemos dentro los resultados mecánicos de tales impresiones: manojos de “yoes” pendencieros y gritones que ahora necesitamos comprender y eliminar.
Todo el trabajo sobre nuestra vida, versa pues en saber transformar las impresiones y también en saber eliminar, dijéramos, los resultados mecánicos de impresiones no transformadas en el pasado.
El mundo exterior, propiamente no existe; lo que existe es lo interno. Las impresiones son interiores, y las reacciones –con tales impresiones– son de tipo completamente interior. Nadie me podría decir que está viendo a un árbol en sí mismo. Estará viendo la imagen del árbol, pero no al árbol. La “cosa en sí”, como decía Don Enmanuel Kant, nadie la ve; se ve la imagen de la cosa, es decir, surgen en nosotros las impresiones sobre un árbol, sobre una cosa. Estas son internas, son de adentro, son de la mente. Si uno, por ejemplo, no hace una modificación de sus propias impresiones internas, el resultado mecánico no se deja esperar: es el nacimientos de nuevos yoes que vienen a esclavizar aún más a nuestra Esencia, a nuestra Conciencia, que vienen a intensificar el sueño –dijéramos–, en que vivimos.
Cuando uno comprende que realmente, todo lo que existe dentro de uno mismo con relación al mundo físico, no son más que impresiones, comprende también la necesidad de transformar esas impresiones, y al hacerlo, se produce una transformación total de uno mismo.
No hay cosa que más duela, por ejemplo, que la calumnia, o las palabras de un insultador; pero si uno es capaz de transformar las impresiones que le producen a uno tales palabras, pues esas quedan entonces sin valor ninguno, es decir, quedan como un cheque sin fondos.
Ciertamente, las palabras de un insultador no tienen más valor que el que les dé el insultado. Si el insultado no les da valor a tales palabras, las mismas quedan sin valor –repito, aunque me haga cansón–: quedan como un cheque sin fondos. Cuando uno comprende esto, transforma entonces las impresiones de tales palabras, por ejemplo en algo distinto: en amor, por ejemplo, en compasión por el insultador, y eso naturalmente significa transformación.
Así pues, necesitamos estar transformando incesantemente las impresiones, no sólo las presentes, sino las pasadas. Dentro de nosotros existen muchas impresiones que cometimos el error, en el pasado, de no haber transformado y muchos resultados mecánicos de las mismas, que son los tales “yoes” que ahora hay que desintegrar, aniquilar, a fin de que la Conciencia quede libre y despierta.
Quiero que ustedes reflexionen más hondamente en lo que estoy diciendo: las cosas, las personas, no son más que impresiones dentro de ustedes, dentro de su mente. Si ustedes transforman esas impresiones, se transforma la vida de ustedes.
Cuando hay por ejemplo, orgullo, eso tiene por basamento la ignorancia. ¿De qué puede sentirse orgullosa, por ejemplo, una persona? ¿De su posición social, de su dinero, de qué? Pero si esa persona, por ejemplo, piensa en que su posición social es una cuestión meramente mental, impresiones sobre su estado social, su dinero. Cuando piensa que tal estado no es más que una cuestión mental, o cuando analiza, pues, la cuestión del dinero viene a darse cuenta de que este en sí mismo, existe en la mente en forma de impresiones, las impresiones que produce el dinero, claro está; si analiza esto a fondo, si comprende realmente que el dinero y la posición social y demás no son más que impresiones internas de la mente, con el sólo hecho de comprender que sólo son impresiones de la mente, hay transformación de las mismas; entonces el orgullo por sí mismo cae, se desploma, y nace en una forma muy natural, dentro de nosotros la humildad.
Continuando así con estos procesos de transformación de las impresiones, proseguiré con algo más. Si por ejemplo, una imagen de una mujer lujuriosa llega a la mente, o surge en la mente. Tal imagen es una impresión, obviamente. Nosotros podríamos transformar esa impresión lujuriosa, mediante la comprensión. Bastaría con que pensáramos en que la citada imagen es perecedera, en que esa belleza es por lo tanto ilusoria. Si recordamos, en ese instante, que esa mujer ha de morir y que su cuerpo se va a volver polvo en el panteón; si con la imaginación viésemos su cuerpo en estado de desintegración, dentro de la sepultura, sería esto más que suficiente como para transformar esa impresión lujuriosa en Castidad. Resultado no surgirían en la psiquis más “yoes” de lujuria.
Así pues, conviene que mediante la comprensión, transformemos las impresiones que surgen en la mente.
Creo que los hermanos van entendiendo que el mundo exterior no es tan exterior como normalmente se cree. Es interior, pues todo lo que nos llega del mundo, no son más que impresiones internas. Nadie podría meter un árbol dentro de su mente, ni una silla, ni una casa, ni un palacio, ni una piedra. Lo que ahí entró en nuestra mente, no son sino impresiones, eso es todo, impresiones de un mundo que llamamos “exterior”, pero que realmente no es tan exterior como se piensa.
Conviene pues, que estemos nosotros transformando las impresiones mediante la comprensión. Si alguien nos adula, nos alaba, por ejemplo, ¿cómo transformaríamos nosotros la vanidad que tal adulador podría provocar en nosotros? Obviamente, las alabanzas, las adulaciones, no son más que impresiones que llegan a la mente, y ésta reacciona en forma de vanidad. Pero si se transforman tales impresiones, la vanidad se hace imposible.
¿Cómo se transformarían, pues, las palabras de un adulador, los términos de alabanza, en qué forma? ¡Mediante la comprensión! Cuando uno realmente comprende que no es más que una infinitesimal criatura viviendo en un rincón del Universo, de hecho transforma, pues, por sí mismo tales impresiones de alabanza o de lisonja, en algo distinto; convierte tales impresiones, dijéramos, en lo que son: polvo, polvareda cósmica, porque comprende uno su propia posición.
Ya sabemos que nuestro planeta Tierra es un grano de arena en el espacio. Pensemos en la Galaxia en que vivimos, compuesta por miles y millones de mundos. ¿Qué es la Tierra? Es una mísera partícula de polvo en ese Infinito. ¿Y qué nosotros? Organismos, dijéramos casi micro orgánicos, de esa partícula. ¿Entonces qué? ¿Qué surgiría en nosotros con estas reflexiones? La humildad, es claro. Y esta, obviamente, produciría una transformación de las impresiones que se relacionan con la lisonja, la adulación, la alabanza, claro, y no reaccionaríamos como resultado en forma de orgullo, ¿verdad?
Tanto más reflexionemos en esto, vemos más y más la necesidad de una transformación completa de las impresiones.
Todo lo que vemos externo, es interior. Luego, si no trabajamos sobre lo interior, vamos por el camino del error, porque no modificaríamos entonces nuestra vida. Si queremos ser distintos, necesitamos transformarnos íntegramente, y si queremos transformarnos, debemos empezar por transformar las impresiones. Ahí está la clave para la transformación radical definitiva.
En la misma transmutación sexual, hay transformación de las impresiones. Transformando las impresiones animales, bestiales, en el elementos de la devoción, entonces surge en nosotros la transformación sexual: la Transmutación.
La personalidad que todos hemos adquirido, recibe las impresiones de la vida pero no las transforma porque prácticamente es algo muerto. Si las impresiones cayeran directamente en la Esencia, es obvio que serían transformadas. Porque de hecho, ella las depositaría exactamente en los centros correspondientes de la máquina humana.
La personalidad, que es el término que se aplica a todo cuanto adquirimos, es claro que traduce las impresiones de todos los lados de la vida de un modo limitado y prácticamente estereotipado, con arreglo a su calidad y asociaciones. A este respecto, en el trabajo se compara a veces a la personalidad con una pésima secretaria que está en la habitación de enfrente, que se ocupa de todo según sus propias ideas, conceptos, preconceptos, opiniones y prejuicios.
Tiene muchísimos diccionarios, enciclopedias de todo género y libros de referencia, etc., y está en comunicación con los tres centros, es decir, el mental, emocional y los centros físicos, con arreglo a sus limitadas ideas. Y como secuencia o corolario, resulta de ello que se pone en comunicación casi siempre –y eso es lo lamentable–, con centros equivocados. Esto significa, y es bueno poner atención a lo que estoy aquí diciendo, que las impresiones que le llegan son enviadas a lugares equivocados, es decir, a centros que no le corresponden y producen naturalmente, resultados equivocados.
Pondré un ejemplo para que ustedes me puedan entender mejor. Supongamos que una mujer atiende con mucha consideración y respeto a un caballero. ¡Claro! Las impresiones que el caballero está recibiendo en su mente son traducidas por la personalidad y ésta las manda a centros equivocados. Normalmente, las manda al centro sexual. Entonces este caballero llega a creer firmemente que la dama en cuestión está enamorada de él y, como es lógico, no tarda mucho tiempo sin que él se apresure a hacerle insinuaciones de tipo amoroso. Indubitablemente, si aquella dama realmente jamás ha tenido esa clase de preocupaciones por el caballero en cuestión, es claro que no deja de sentirse, y con mucha razón digo, sorprendida, ¿verdad?
Ese es el resultado de una pésima traducción de las impresiones. ¡Vean ustedes cuán mala secretaria es la personalidad! La vida de un hombre depende de esta secretaria que busca, dijéramos, mecánicamente la información en sus libros de referencia, sin comprender en absoluto lo que significa en realidad, y la transmite en consecuencia sin preocuparse por lo que pueda ocurrir, pero sintiendo únicamente que está cumpliendo con su deber. Esta es nuestra situación interior.
Lo que importa comprender en esta alegoría es que la personalidad humana, que todos adquirimos y debemos adquirir, empieza a hacerse cargo de nuestra vida y esto es algo demasiado importante. Incuestionablemente, es inútil imaginar que esto sólo sucede a ciertas personas, les sucede a todos. Quien quiera que sea, se halla, a través de la observación de sí, en posesión de un reducido número de modos característicos de reacción a las múltiples impresiones de la vida entrante.
Estas reacciones mecánicas, desgraciadamente, infortunadamente, nos gobiernan. Cada cual en la vida está gobernando por su propia serie de reacciones a las impresiones, es decir, a la vida misma. No importa que se llame liberal o conservador, revolucionario o bolchevique, etc., etc., etc., bueno o malo en el sentido ordinario. Es obvio que estas reacciones ante los impactos del mundo exterior constituyen nuestra propia vida. La humanidad, en este sentido, podemos decir en forma enfática que es completamente mecanicista.
Cualquier hombre en la vida se ha formado, dijéramos, una enorme cantidad de reacciones que vienen a ser, lo que se llama, dijéramos, la “experiencia” o las “experiencias prácticas” de su existencia. Es claro que como toda acción produce sus reacciones, acciones de cierto tipo vienen a producir reacciones de cierto tipo, y a tales reacciones se les llama “experiencia”.
Interesante sería, por ejemplo –a fin de conocer mejor nuestras acciones y reacciones– poder relajar la mente.
Esto del relajamiento mental es magnífico. Acostarse uno en su lecho o sentarse en un cómodo sillón, relajar todos sus músculos pacientemente, y luego vaciar la mente de toda clase de pensamientos, deseos, emociones, recuerdos, etc. Cuando la mente está quieta, cuando la mente está en silencio, podemos conocernos mejor a sí mismos. Es en tales instantes de quietud y silencio mental cuando, realmente, venimos a verificar en forma directa el crudo realismo de todas las acciones y reacciones de la vida práctica.
Cuando la mente se encuentra en reposo absoluto, veremos multitud de elementos y sub-elementos, acciones y reacciones, deseos y pasiones, etc., etc., etc., como algo ajeno a nosotros pero que aguarda el instante preciso para poder tomar, dijéramos, control sobre nosotros mismos, sobre nuestra personalidad.
He ahí el motivo por el cual vale la pena la quietud y el silencio de la mente. Obviamente, la relajación del entendimiento es benéfica en el sentido más completo de la palabra, pues nos conduce al auto-conocimiento individual.
Así es de que toda la vida, es decir, la vida exterior, lo que vemos y oímos es para cada persona sus reacciones a las impresiones que le llegan del mundo físico y, como dije, es un gran error pensar que lo que es llamado vida sea una cosa fija y sólida, la misma para cualquier persona. Ciertamente de las múltiples impresiones que con respecto a la vida existen en el género humano, son infinitas.
La vida ciertamente, son nuestras impresiones de ella y es claro que nosotros podemos, si lo queremos, transformar tales impresiones. Pero, como se dijo, esta es una idea muy difícil de comprender debido a que es tan poderoso el hipnotismo de los sentidos.
Aunque parezca increíble, todos los seres humanos se hallan en estado de hipnosis colectiva. Tal hipnosis es producida por el estado residual del abominable Organo Kundartiguador que desarrolló el ser humano. Es claro que originó los diversos agregados psíquicos o elementos inhumanos que en su conjunto constituyen el mí mismo, el sí mismo. Estos elementos y sub-elementos, a su vez, condicionan a la Conciencia y la mantienen en estado de hipnosis. Así pues, existe la hipnosis colectiva; todo el mundo está hipnotizado.
La mente está tan enfrascada en el mundo de los cinco sentidos que no acierta a comprender cómo podría independizarse de ellos, cree firmemente que estos últimos le muestran la realidad. Así nuestra vida interior, nuestra verdadera vida de pensamientos y sentimientos, sigue siendo confusa para nuestras concepciones meramente razonativas, intelectivas. No obstante, al mismo tiempo sabemos muy bien dónde vivimos realmente: en nuestro mundo de pensamientos y sentimientos, y esto es algo que nadie puede negar.
Así pues, necesitamos aprender a transformar nuestras propias impresiones. Empero, no es posible transformar cosa alguna en nosotros si seguimos pegados al mundo de los cinco sentidos. Como dije en mi pasada plática, el Trabajo le enseña a uno que si es negativo, se debe a la culpa propia. El punto de vista sensorio, es que esta o aquella persona en el mundo exterior, a quien uno ve y oye por medio de los ojos y oídos, tiene la culpa. Esta persona dirá, a su vez, que nosotros somos los culpables. Pero realmente, la culpa está en las impresiones que nosotros tengamos sobre la persona.
Muchas veces pensamos que una persona es perversa cuando, en el fondo, esa persona es una mansa oveja. Conviene mucho aprender a transformar, pues, todas las impresiones que tengamos nosotros sobre la vida. Es necesario aprender, dijéramos, a recibir con agrado las manifestaciones desagradables de nuestros semejantes.
Si pensamos científicamente en esta cosa de las impresiones y del modo de transformarlas, veremos lo siguiente: las impresiones que llegan a nosotros corresponden al Hidrógeno 48, que es el Hidrógeno que gobierna al cuerpo físico. Así pues, toda impresión pertenece al Hidrógeno 48, pero puede ser transformada en el Hidrógeno 24, que corresponde al Cuerpo Astral, y mucho más tarde en el Hidrógeno 12, que corresponde al Mental, y aún en el Hidrógeno 6 del Causal, etc., etc., etc.
Es claro que la transformación del Hidrógeno 48 en 24, ó del 24 en 12, ó del 12 en 6, ó del 6 en 3, solamente es posible mediante un agente secreto. Quiero referirme al Hidrógeno sexual Si-12. Es claro que si uno es casto, si uno aprende a transformar el esperma sagrado en energía creadora, la transformación de tal Hidrógeno 48 en 24, y en 12, y en 6, y en 3, etc., resulta factible.
Ahora bien, si pensamos en el cuerpo físico, en el cuerpo de carne y hueso, tenemos que decir que así como hay diferencias entre lo psíquico –grados y grados, estados y estados–, así también lo hay en el físico. Que una carne se parezca a otra carne, nada tiene de raro, pero hay diferencias entre las distintas carnes. Porque una cosa es la carne de un Maestro de Sabiduría de la Fraternidad Universal Blanca; otra la de un simple chela o discípulo de la Blanca Hermandad; otra la de un hombre profano, común y corriente; y otra la de un mago negro terriblemente perverso. Así pues, hay diferencias.
Nosotros podemos volver el cuerpo físico más sutil, más refinado, si conseguimos alimentarlo con Hidrógenos superiores. Es claro que si transformamos el Hidrógeno 48, que corresponde a las impresiones, en el 24, y en el 12, y en el 6, y en el 3, etc., pues entonces nuestro cuerpo físico se nutrirá con Hidrógenos superiores, y por ende, adquirirá un mayor estado de refinamiento espiritual. Se volverá a sí mismo un vehículo, dijéramos, muy apto para el Alma, para el Espíritu; un cuerpo pues, muy distinto al de nuestros semejantes, más receptivo, más psíquico.
Este es, entre otras cosas, uno de los motivos básicos por los cuales debemos nosotros comprender la necesidad de transformar las impresiones. Pasemos ahora a las preguntas...
P.- Se dice que es más fácil que pasara un camello por el ojo de una aguja, que un rico se salvara, ¿usted quiere explicarnos en que forma esto es simbólico, y en qué se contrapone la riqueza material con la revolución espiritual?
R.- Pues hay que saber entender las palabras del Cristo. Indudablemente, no solamente se refiere Jesús de Nazaret a los bienes materiales, sino a la cuestión del intelecto, hay muchas gentes que tienen ricos intelecto y jamás les atraen los asuntos espirituales, por eso “más fácil pase un camello por el hueco de una aguja que un rico entrar en el reino de los cielos. Hay otros que tienen una mentalidad muy sensible, que son simples y con facilidad entran en el camino.
Así pues, las palabras del Maestro no se refieren exclusivamente a los bienes terrenales, sino a la cuestión intelectual.
También es cierto y de toda verdad que hay avaros, hay individuos que tienen almacenadas riquezas y claro, no andan nunca en la Senda por estar apegados a sus bienes, desde ese punto de vista eso es exacto. Pero se pueden tener riquezas, se pueden tener dineros sin que por eso se impida entrar al Reino de los Cielos... (fin de cinta)
Segunda parte:
El Centro Emocional y las Impresiones Negativas.
Existen momentos de la vida demasiado complicados, en los que uno tiene marcada tendencia a identificarse fácilmente con los sucesos, y a olvidarse completamente de sí mismo. En esos instantes, hace uno tonterías que a nada conducen. Si se estuviera alerta, si en esos mismos momentos, en vez de “perder la cabeza” se acordase de sí mismo, descubriría con asombro, ciertos “yoes” de los cuales jamás tuvo ni la más mínima sospecha de su posible existencia.
Impresión que no sea digerida o transformada, se convierte en un agregado psicológico más, y el agregado psicológico que no se vaya comprendiendo y eliminando, viene a añadirse a la suma ya existente de elementos inhumanos o “yoes”, dando como resultado, una frustración o un “complejo”.
En la inter‑relación, en la diaria convivencia con los otros seres humanos, cada vez que tengamos una situación difícil, aprendamos a colocar la Esencia o Conciencia entre la mente y la impresión.
O sea, que debemos poner la Conciencia frente a las impresiones, antes de que éstas lleguen a la mente, antes de que la mente realice su acostumbrado procesamiento de datos.
Ciertamente, jamás resulta tarea fácil luchar –por ejemplo–, contra las emociones negativas que provocan las impresiones no transformadas; jamás resulta tarea fácil perder toda identificación con nuestro propio tren de vida: problemas de toda índole, negocios, deudas, pagos de letras, hipotecas, teléfono, agua, luz, etc.
Pero cuando uno se acuerda de sí mismo, cuando trabaja sobre sí mismo, cuando no se identifica con todos los problemas y penas de la vida, de hecho transforma las impresiones y evita que sea afectado su centro emocional inferior.
¿Qué diremos nosotros, mis caros discípulos, sobre los Tres Alimentos? Ya expliqué, la vez pasada, cómo es que uno se alimenta con el primer alimento, el alimento del cuerpo físico; no pienso añadir nada a eso. Luego hablamos también sobre el segundo alimento, que es la respiración, más importante que aquél que va al estómago. Pero hay un tercer alimento, del que les dije a ustedes que es el de las impresiones. Nadie puede vivir sin impresiones, ni siquiera un minuto.
Desgraciadamente, el ser humano no sabe seleccionar sus impresiones: abre las puertas a todas las Impresiones Negativas.
¿Qué dirían ustedes –por ejemplo–, ahora que estamos aquí, en este salón, si le abriéramos la puerta a unos ladrones para que entraran? Pregunto a estos hermanos que nos acompañan aquí, en está plática: ¿a ustedes les parecería correcto que se le abriera la puerta, por ejemplo al vandalaje? Obviamente cometeríamos un absurdo y ustedes lo demandarían. Sin embargo, no hacemos lo mismo con las impresiones: le abrimos las puertas a todas las impresiones negativas del mundo. Estas penetran en nuestra psiquis y hacen destrozos allá adentro, se transforman en agregados psíquicos y desarrollan en nosotros el centro emocional negativo. En conclusión: nos llenan de lodo, pero se las abrimos.
¿Será correcto eso? ¿Será correcto que una persona que viene, por ejemplo, llena de impresiones negativas que emanan de su centro emocional negativo, sea acogida por nosotros, que abramos las puertas a todas las Emociones Negativas de esa persona?
Parece que no sabemos seleccionar las impresiones y eso es muy grave. Nosotros debemos aprender a abrir y cerrar las puertas de nuestra psiquis a las impresiones: abrir las puertas a las impresiones nobles, limpias, cerrarlas a las impresiones negativas y absurdas. O sea, las impresiones negativas causan daño, desarrollan el centro emocional negativo en nosotros, nos perjudican.
¿Por qué hemos de abrir las puertas a las impresiones negativas? Vean ustedes lo que uno hace estando en grupo, en multitudes. Yo les aseguro que ninguno de ustedes, por ejemplo ahorita, se atrevería a salir a la calle a lanzar piedras contra nadie, ¿verdad? Sin embargo, en grupos quién sabe. Puede que alguien se meta dentro de una manifestación pública y ya esté enardecido por el entusiasmo, y si las multitudes lanzan piedras, él también resulta lanzando piedras, aunque después se diga a sí mismo: “¿Y por qué las lancé, por qué hice eso?”.
Recuerdo una de esas manifestaciones, hace unos cuantos años, cuando los Maestros de Escuela se levantaron en muchas huelgas, protestas y manifestaciones. Entonces vimos cosas insólitas aquí, en pleno Distrito Federal, hace unos 10 o 15 años. ¿Qué vimos? A profesores muy decentes, muy cultos, muy dignos, que ya en multitud, agarraban piedras y las lanzaban con fuerza contra vidrios, contra las gentes, contra quién podían. Esos profesores de Escuela nunca lo hubieran hecho a solas, pero en multitud, en grupos, el ser humano se comporta muy distinto, hace cosas que nunca haría a solas. ¿A qué se debe eso? Pues a las impresiones negativas, a que él le abre sus puertas a las impresiones negativas, y resulta haciendo lo que nunca haría a solas. Por eso es necesario que nosotros aprendamos a seleccionar nuestras impresiones.
Cuando uno abre las puertas a las impresiones negativas, no solamente altera el centro emocional –que está en el corazón–, sino que lo torna negativo. Si abre uno sus puertas, por ejemplo, a la emoción negativa de una persona que viene llena de ira, porque alguien le ocasionó algún daño, entonces termina uno, pues, aliado con esa persona y en contra de aquélla que ocasionó el daño. Termina uno lleno de ira, sin siquiera tener parte tampoco en el asunto.
Supongamos que uno le abre las puertas a las impresiones negativas de un borracho, al que encontramos durante una “pachanga”. Entonces termina uno aceptándole una copita al borracho, y luego dos, tres, diez. Conclusión: borracho también.
Supongamos que uno le abre las puertas a las impresiones negativas, por ejemplo, de una persona del sexo opuesto. Termina uno también fornicando, cometiendo toda clase de delitos. Y si le abrimos las puertas a las impresiones negativas de un drogadicto, resultamos también fumando marihuana, ¡y con semilla y todo! Conclusión: ¡fracaso!
Así es como los seres humanos se contagian unos a otros. Dentro de ambientes negativos, los borrachos contagian a los borrachos, los ladrones vuelven ladrones a los otros, los ladrones homicidas contagian a otros, los drogadictos se contagian entre sí, y se multiplican los drogadictos, se multiplican los asesinos, se multiplican los ladrones, se multiplican los usureros. ¿Por qué? Porque cometemos siempre el error de abrirle las puertas a las emociones negativas, y eso no está correcto.
¡Seleccionemos las impresiones! Si alguien nos trae emociones positivas de luz, de armonía, de belleza, de sabiduría, de amor, de poesía, de perfección, abrámosle las puertas de nuestro corazón. Pero si alguien nos trae emociones negativas de odio, de violencia, de celos, de drogas, de alcohol, de fornicación, de adulterio, ¿por qué tenemos que abrirle las puertas de nuestro corazón? ¡Cerrémosla, cerremos las puertas a las impresiones negativas!
Cuando uno reflexiona en todo esto, puede perfectamente modificarse, hacer de su vida algo mejor.
Tercera parte:
Los Hidrógenos, el Alimento de las Impresiones.
Ningún ocultista debe ignorar que la transformación de las substancias del organismo, se procesa de acuerdo con la Ley de las Octavas
El microcosmos‑hombre es un Sistema Solar en miniatura, una máquina maravillosa con varias redes distribuidoras de energías, en distintos grados de tensión.
Se nos ha dicho que el organismo humano obtiene sus alimentos del aire que respiramos, de la comida que comemos y de las impresiones que recibimos. Los microlaboratorios glandulares deben transformar las energías vitales de esos alimentos, y ésta es una labor sorprendente y maravillosa.
Cada glándula debe transformar la energía vital de los alimentos, al grado de tensión requerida por su propio sistema y función.
El organismo humano posee siete glándulas superiores y tres controles nerviosos. La Ley del Siete y la Ley del Tres, trabajan intensamente dentro de la máquina humana.
Tenemos plena razón para afirmar, sin temor a equivocarnos, que los tres controles nerviosos –cerebro‑espinal, simpático y para‑simpático–, representan a la Ley del Tres, a las tres fuerzas primarias dentro de la máquina humana, así como las siete glándulas endocrinas y sus productos, representan a la Ley del Siete con todas sus octavas musicales.
Así pues, no sólo de pan y de aire vive el hombre, sino también de diversos factores psicológicos.
Esto explica porqué cuando uno mismo se da el primer choque del “Recuerdo de Sí”, se produce un cambio milagroso en todo el trabajo del cuerpo físico, de modo que las células reciben un nuevo alimento.
Es obvio que las impresiones transformadas revitalizan las glándulas de secreción interna y ayudan en el despertar de la Conciencia
El término “Hidrógeno” tiene, en Gnosticismo, un significado muy extenso. Cualquier elemento simple es realmente un Hidrógeno de cierta densidad.
Es urgente saber que en el Universo existen doce Hidrógenos básicos, fundamentales. Los doce Hidrógenos básicos están escalonados con las doce categorías de materia; las doce categorías de materia existen en todo lo creado. Recordemos a las doce sales del Zodíaco y a las doce esferas de vibración cósmica, dentro de las cuales debe desenvolverse una Humanidad Solar.
De los doce Hidrógenos básicos, se derivan todos los Hidrógenos secundarios, cuyas variadas densidades van desde el 6 hasta el 12.283.
El Hidrógeno 384 se encuentra en el agua, el 192 en el aire, y el 96 está depositado en el magnetismo animal, las emanaciones del cuerpo humano, hormonas, vitaminas, etc.
Este interesantísimo tema de los Hidrógenos, pertenece al ramo de la Química Oculta o Alquimia Gnóstica, y como quiera que es demasiado difícil, para bien de nuestros estudiantes preferimos estudiarla poco a poco en cada uno de nuestros “Mensajes de Navidad”.
Pasemos ahora a estudiar el famoso Hidrógeno Sexual SI-12, el maravilloso Hidrógeno Creador que sabiamente se elabora en la fábrica del organismo humano.
La comida pasiva del plato, dentro del organismo humano pasa por muchas transformaciones, refinamientos y sutilizaciones que se procesan dentro de la escala musical: DO‑RE‑MI-FA‑SOL‑LA‑SI.
La comida pasiva del plato, comienza con el DO; el Quimo, resultante de la primera etapa de la transformación, sigue con el RE; el alimento muy refinado, que pasa osmóticamente a la corriente sanguínea, continua con el MI. Y así, sucesivamente, siguen los procesos hasta quedar elaborado lo mejor de todo el organismo: el maravilloso Elixir, el Licor Seminal con su Hidrógeno 12, en la nota “SI”.
La primera octava musical: DO, RE, MI, FA, SOL, LA, SI, corresponde exactamente a la fabricación del Hidrógeno Sexual SI‑12 dentro del organismo humano.
Ahora bien, si observamos científicamente esta cuestión de las impresiones y el modo de transformarlas, veremos lo siguiente:
1º Las impresiones que llegan a nosotros, corresponden al 48, que es el Hidrógeno que sostiene o alimenta al cuerpo físico.
2º Toda impresión corresponde al Hidrógeno 48, pero puede ser transformado en Hidrógeno 24, que corresponde al Cuerpo Astral.
3º El Hidrógeno 24 puede ser transformado en Hidrógeno 12, que corresponde al Mental, y luego éste puede ser transformado en Hidrógeno 6, que corresponde al Causal o “Manas Superior”.
Es claro que la transformación del Hidrógeno 48 en 24, o en 12, o en 6, sólo es posible mediante un agente secreto. Quiero referirme, en forma enfática, al Hidrógeno Sexual SI‑12. Es claro que si uno es casto, si uno aprende a transformar el Esperma Sagrado en energía creadora, la transformación del tal Hidrógeno 48 en 24, en 12 y en 6, resulta factible.
Ahora bien, si pensamos en el cuerpo físico, tendremos que decir que así como hay grados en el aspecto psicológico, estados y estados, así también los hay en el cuerpo físico. Que una carne se parezca a otra, nada tiene de raro, pero hay diferencias entre las distintas carnes. Una cosa es la carne de un Maestro del Círculo Consciente de la Humanidad Solar, y otra la de un simple “Chela” o discípulo; una la de un profano, común y corriente, y otra la de un Mago Negro, terriblemente perverso. Así, pues, hay diferencias en cada una de ellas.
Nosotros podemos volver más sutil al cuerpo físico, más refinado, si conseguimos alimentarlo con Hidrógenos superiores. Es claro que si transformamos el Hidrógeno 48 que corresponde a las impresiones en 24, 12 y 6, nuestro cuerpo físico se nutrirá, de hecho, con Hidrógenos superiores, y por ende adquirirá un mayor estado de refinamiento espiritual, se volverá a sí mismo, dijéramos, un cuerpo más apto para el Alma –muy distinto al de nuestros semejantes–, más receptivo, más psíquico.
Este es, entre otras cosas, uno de los motivos básicos por el cual debemos nosotros comprender la necesidad de transformar las impresiones.
Cuarta parte:
La Palabra y las Impresiones.
La Conciencia duerme en nuestra laringe, somos inconscientes de la palabra. Necesitamos hacernos plenamente conscientes de la palabra.
Hay veces que hablar es un delito, hay veces que callar es un delito.
Dicen que “el silencio es oro”. Nosotros decimos que hay silencios criminosos. Es tan malo hablar cuando se debe callar, como callar cuando se debe hablar.
Semejantes a una flor, llena de colorido pero falta de aroma, son las palabras hermosas pero estériles, de quien no obra de acuerdo con lo que dice.
Semejantes a una bella flor, llena de colorido y de aroma, son las palabras hermosas y fecundas de quien obra de acuerdo con lo que dice.
Es urgente terminar con la mecanicidad de la palabra, es necesario hablar con precisión, en forma consciente y oportuna; necesitamos hacernos conscientes del verbo.
Hay responsabilidad en las palabras, y jugar con el verbo es un sacrilegio. Nadie tiene derecho a juzgar a nadie, es absurdo calumniar al prójimo, es estúpido murmurar de la vida ajena.
Las palabras injuriosas caen sobre nosotros, tarde o temprano, como un rayo de venganza. Las palabras calumniosas, infames, siempre retornan sobre quien las pronunció, convertidas en piedras que hieren.
Samael Aun Weor
“Tratado Esotérico de Astrología Hermética”.
Los eventos exteriores jamás serían tan importantes como el modo de reaccionar frente a los mismos.
¿Permanecísteis sereno frente al insultador? ¿Recibísteis con agrado las manifestaciones desagradables de vuestros semejantes?
¿De qué manera reaccionásteis, ante la infidelidad del ser amado? ¿Te dejaste llevar por el veneno de los celos? ¿Mataste, estáis en la cárcel?
Los hospitales, los cementerios o panteones y las cárceles, están llenos de equivocados sinceros que reaccionaron en forma absurda frente a los eventos exteriores.
La mejor arma que un hombre puede usar en la vida, es un estado psicológico correcto. Uno puede desarmar fieras y desenmascarar traidores, mediante estados interiores apropiados.
Los estados interiores equivocados, nos convierten en víctimas indefensas de la perversidad humana.
Aprended a enfrentaros, a los sucesos más desagradables de la vida práctica, con una actitud interior apropiada. No os identifiquéis con ningún acontecimiento, recordad que todo pasa. Aprended a ver la vida como una película y recibiréis los beneficios. No olvidéis que acontecimientos sin ningún valor podrían llevaros a la desgracia si no elimináis, de vuestra psiquis, los estados interiores equivocados.
Cada evento exterior necesita, incuestionablemente, del billete apropiado, es decir, del estado psicológico preciso.
La palabra debe salir del corazón, no de los distintos agregados psíquicos que poseemos.
Con profundo dolor me doy cuenta de que cuando alguien habla, la palabra sale desgraciadamente, no de las profundidades del Ser, sino del fondo de cualquier agregado psíquico inhumano.
La palabra brotada exclusivamente de la Esencia, no habría nada que objetarle: sería pura, perfecta, pero las gentes tienen distintos agregados psíquicos, muy desarrollados. Así es que, cuando algunos utilizan la tribuna de la elocuencia, lo hacen casi siempre con el propósito de lanzar una ironía contra alguien, de humillar a alguien, de insultar a alguien, etc. Es decir, no nace la palabra de la Esencia pura, no brota del Ser, sino que deviene del fondo de algún “yo”, y por ello no es espontánea, no es pura, no produce un efecto creador.
Por lo común, la palabra de las gentes tiene su origen entre las entrañas de tal o cual agregado psíquico, ya sea este de envidia, ya sea de ira, ya sea de amor propio, ya sea de orgullo, de egoísmo, de auto‑suficiencia, de auto‑importancia, de engreimiento, de ambición, etc. Con dolor veo que nunca la palabra brota de las entrañas del Ser, y esto es lamentable!
(Comienzo de la cinta)
...Cuando la palabra surge de entre las profundidades del Ser, está llena de plenitud y de belleza interior. Más cuando la palabra surge de entre las entrañas de tal o cual agregado psíquico, está condicionada por el mismo, no tiene elasticidad, no tiene ductibilidad, no goza de plenitud, no es íntegra, y produce en el ambiente discordias, problemas de toda especie.
Los devotos concurren al rito, concurren al lumisial para recibir un bálsamo de consuelo en su adolorido corazón. Pero si se les da a los devotos en vez de miel, hiel, ¿qué alivio podrían tener? ¿Cómo haríamos para que progresara el Movimiento Gnóstico Cristiano Universal, si proseguimos con esa conducta? Esa tendencia que tienen unos y otros hermanos a reaccionar, me parece horripilante, absurda, no son dueños de sus propios procesos psicológicos; si se les “puya”, reaccionan, siempre reaccionan ante todo.
No olviden ustedes que en el mundo vivimos y que hay tres clases de alimentos para cada uno. El primer alimento ya lo conocen ustedes: la comida, es el menos importante –parece increíble, pero así es–. Prueba de que es el menos importante, es que uno puede vivir sin comer, muchas veces hasta un mes, el Mahatma Gandhi duraba hasta tres meses sin comer. Ese alimento entra por la boca y va al estómago.
La segunda clase de alimento es el aire, la respiración, se relaciona con las fosas nasales y los pulmones. Difícilmente podríamos vivir, siquiera tres o cuatro minutos, sin respirar. La gente dura normalmente, un minuto sin respirar y luego viene un síncope. Gracias a un entrenamiento –por ejemplo–, podríamos llegar hasta dos y tres minutos, o a cuatro, que ya sería el máximo de los máximos, pero son pocos o raros los que llegan a poder vivir cuatro minutos sin respirar. Esto nos está indicando que el segundo alimento es todavía más importante que el primer alimento.
Por último viene el tercer alimento, que es aún más importante. Quiero referirme en forma enfática, a las impresiones. Si la comida no lograra impresionar el organismo humano, jamás nos alimentaríamos, no funcionaría el óbolo intestinal, el estómago, y en general moriríamos. Si el aire no lograra impresionar los pulmones y la sangre, pues de nada serviría el aire. Así mis queridos hermanos, este tercer alimento es más importante, porque nadie podría existir ni siquiera un sólo segundo, sin el alimento de las impresiones.
Ahora bien, todo alimento necesita pasar por una transformación. El alimento relacionado con el estómago, –o sea la alimentación–, necesita pasar por una transformación; ésta transformación es factible gracias al sistema digestivo. El alimento relacionado con la respiración, tiene como vehículo de transformación a los pulmones; pero, para el tercer tipo de alimento, no hay un órgano especial, no hay estómago ni hay pulmones que valgan: ¡hay que crear ese tercer órgano!
Todo lo que nos llega a la mente viene en forma de impresiones. Ustedes me están escuchando aquí, ven un hombre que les está hablando a través de un micrófono, y esto todo es un conjunto de impresiones que llega a la mente. Todas las aventuras de la vida, todas las emociones y pasiones, todo lo que nos rodea, llega a nosotros en forma de impresiones.
El aire se transforma mediante los pulmones, la comida se transforma mediante el estómago, y aire y comida se convierten en principios vitales para el organismo. Desgraciadamente las impresiones no se transforman, quedan en la mente sin digerir. Las impresiones sin “digerir” se convierten en nuevos agregados psíquicos, es decir, en nuevos “yoes”, y eso es gravísimo.
Hay que digerir las impresiones. ¿Cómo? Reflexionemos un poco: mediante la Conciencia Superlativa del Ser.
Normalmente las impresiones llegan a la mente, y la mente reacciona sobre las impresiones. Si alguien nos insulta, reaccionamos con ganas de vengarnos; si alguien nos ofrece una copa de vino, reaccionamos con ganas de beber, si una persona del sexo opuesto nos tienta, pues sentimos ganas de fornicar. Pero siempre reaccionamos ante los impactos del mundo exterior, y eso es muy grave.
En las asambleas he visto cómo se hieren los hermanos unos a otros. Uno dice una palabra y el que se siente aludido reacciona violentamente diciendo una peor. A veces lo que dice no es demasiado grosero –se vuelve sutil, muy decente y acompañado de una sonrisa–, pero en el fondo lleva el veneno espantoso de la reacción violenta.
No hay amor entre los hermanos, se han olvidado de su propio Ser, y sólo viven en el mundo del Ego, en el mundo de la reacción. Cuando uno se olvida de su propio Ser reacciona violentamente. Si uno se olvida de su propio Ser en presencia de una botella de vino, resulta borracho. Si uno se olvida de su propio Ser en presencia de una persona del sexo opuesto, resulta fornicando. Si uno se olvida de su propio Ser Interior Profundo en presencia de un insultador, resulta insultando. Lo más grave en la vida, es olvidarse de Sí Mismo.
Así que es necesario transformar las impresiones, y eso solamente es posible interponiendo entre las diversas vibraciones del mundo exterior y la mente, la propia Conciencia. Cuando uno interpone entre las impresiones y la mente eso que se llama Conciencia, es obvio que las impresiones se transforman en fuerzas y poderes de orden superior.
Normalmente, las impresiones están constituidas por un Hidrógeno muy pesado: el Hidrógeno 48. Cuando uno interpone entre las impresiones y la mente la Conciencia, el Hidrógeno 48 se transforma en 24, que sirve para el alimento del Cuerpo Astral. A su vez, el excedente del 24 se transforma en Hidrógeno 12, que sirve para el alimento del Cuerpo Mental. Y por último, el Hidrógeno 12, el excedente –repito–, se transforma en Hidrógeno 6, que sirve para el alimento del Cuerpo Causal. Pero si uno no transforma las impresiones, éstas se convierten en nuevos agregados psíquicos, en nuevos “yoes”.
Así que, debemos transformar las impresiones mediante la Conciencia. Es muy fácil interponer la Conciencia entre la mente y las impresiones, entre las impresiones y la mente. Para recibir las impresiones con la Conciencia, y no con la mente, sólo se necesita no olvidarnos de Sí Mismos en un instante dado.
Si alguien, en cualquier momento, nos está hiriendo con la palabra, no debemos olvidarnos de nuestro propio Ser, no debemos permitir que la mente reaccione, no debemos permitir que intervenga el mí mismo, el amor propio, el orgullo, el engreimiento, etc. En esos instantes sólo el Ser debe estar en nosotros; debemos estar concentrados en el Ser, para que sea el Ser, la Conciencia Superlativa del Ser, la que reciba las impresiones y las digiera correctamente. Así se evitan esas horripilantes reacciones que todos, unos y otros, tienen ante los impactos procedentes del mundo exterior; así se transforman completamente las impresiones, y transformadas esas impresiones en fuerzas superiores, nos desarrollan maravillosamente.
Amigos, repito: que los sacerdotes no vuelvan a cometer el error de reaccionar violentamente contra el prójimo; que los directores, que los misioneros que desistan, de una vez, esa horrible tendencia que tienen a reaccionar. Si alguien dice algo, que lo diga; pero ¿por qué tiene que reaccionar su vecino? Cada cual es libre de decir lo que quiera. Y en cuanto a mi atañe, afirmo lo que tengo que afirmar, y si alguien me refuta, si dice lo contrario en una plática dada sobre algún problema que tenemos, me limito a guardar silencio. Ya dije, y eso es todo.
Porque, querer, en cuestiones privadas imponer un concepto a la fuerza, ¡eso es absurdo! Eso de querer imponer nuestra opinión “a la brava”, no es sino el resultado de las reacciones, es la reacción misma del Ego, de la mente. Resulta abominable ese proceder que ha formado terribles problemas en todo el Movimiento Gnóstico Internacional.
Por aquí, por allá y acullá, se utiliza el púlpito para insultar, para herir, para agredir con la palabra a otros, y todo eso está produciendo confusión en el Movimiento Gnóstico Internacional.
En nuestra pasada pláticas, mucho dijimos sobre la importancia que tiene la vida en sí misma; dijimos, también, que un hombre es lo que es su vida y que ésta es como una película que al desencarnar nos la llevamos para revivirla en forma retrospectiva en el Mundo Astral, y al retornar, la traemos para proyectarla otra vez sobre el tapete del mundo físico. Es claro que la Ley de Recurrencia existe y que todos los acontecimientos se repiten; que todo vuelve realmente a ocurrir tal y como sucedió, más las consecuencias buenas y malas, eso es obvio.
Ahora bien, lo importante es conseguir la transformación de la vida, y esto es posible si uno se lo propone, profundamente.
“Transformación” significa que una cosa cambia en otra cosa diferente. Es lógico que todo es susceptible de cambios.
Existen transformaciones muy conocidas de la materia; nadie podría negar, por ejemplo, que el azúcar se transforma en alcohol, y que el alcohol –a su vez–, se convierte en vinagre por la acción de los fermentos –esta es la transformación de una substancia molecular en otra substancia molecular–. Uno sabe, en la nueva Química de los átomos y elementos, que el Radio, por ejemplo, se transforma lentamente en Plomo.
Los Alquimistas de la Edad Media hablaban de la “transmutación del plomo en oro”. Sin embargo, no siempre aludían a la cuestión metálica, meramente física. Normalmente querían indicar, con tales palabras, la transmutación del “plomo” –éste de la Personalidad–, en el “oro del Espíritu”. Así pues, conviene que reflexionemos en todas estas cosas.
En los Evangelios, la idea del “hombre terrenal” comparado éste a una semilla capaz de crecimiento, tiene la misma significación, como la tiene también la idea del re-nacimiento, de un hombre que “nace otra vez”. Sin embargo, es obvio que si el grano no muere, la planta no nace; en toda transformación existe muerte y nacimiento, o muerte y resurrección, tú lo sabes.
En la Gnosis, consideramos al hombre como una fábrica de tres pisos que absorbe normalmente tres alimentos:
El alimento común, normalmente le corresponde al piso inferior de la fábrica –a la cuestión ésta del estómago–.
El aire, naturalmente, está en el segundo piso, pues se haya relacionado con los pulmones.
Y las impresiones, indubitablemente están íntimamente asociadas al cerebro, o tercer piso esto es cuestión de observación, ¿verdad, hermanos?
El alimento que comemos, sufre sucesivas transformaciones, eso es incuestionable. El proceso de la vida en sí misma, por sí misma, es la transformación. Cada criatura del Universo, vive mediante la transformación de una substancia en otra. Un vegetal, por ejemplo, transforma el aire, el agua y las sales de la tierra, en nuevas substancias vitales, en elementos útiles para nosotros, como son por ejemplo, las nueces, las frutas, las papas, los limones, las judías, los guisantes, etc. Así pues, todo es transformación.
Por la acción de la luz solar, y de los variados fermentos de la Naturaleza, es incuestionable que la sensible película de vida, que normalmente se extiende sobre la faz de la Tierra, conduce toda la Fuerza Universal hacia el interior mismo del mundo planetario en que vivimos. Pero cada planta, cada insecto, cada criatura, el mismo “animal intelectual” equivocadamente llamado hombre, absorbe, asimila determinadas fuerzas cósmicas y luego las transforma y retransmite inconscientemente a las capas anteriores del organismo planetario. Tales fuerzas transformadas, se hayan íntimamente relacionadas con toda la economía de este organismo planetario en que vivimos. Indubitablemente Cada criatura, según su especie, transforma determinadas fuerzas que luego retransmite al interior de la Tierra, para la economía del mundo. También las demás criaturas, las distintas especies, las plantas, etc., cumplen la misma función.
En todo existe transformación. Así pues, la epidermis –dijéramos– de la Tierra es un órgano de transformación.
Cuando comemos el alimento, tan necesario para nuestra subsistencia, éste es transformado –claro está–, etapa tras etapa, en todos esos elementos vitales tan indispensables para nuestra misma existencia. ¿Quién realiza dentro de nosotros ese proceso de transformación de las substancias? El centro Instintivo. ¡Cuán sabio es tal centro! ¡Realmente, nos asombramos de la sabiduría de dicho centro!
La digestión en sí misma, es transformación. Todos pueden ver que el alimento tomado por el estómago –es decir, la parte inferior de esta fábrica de tres pisos, que es el organismo humano–, sufre transformaciones. Si un alimento, por ejemplo, pasara al estómago y no se transformara, el organismo no podría asimilar sus principios, sus vitaminas, sus proteínas; eso sería, sencillamente, una indigestión. Así pues, conforme nosotros vamos reflexionando en esta cuestión, llegamos a comprender la necesidad de pasar por una transformación.
Claro está que los alimentos físicos se transforman; más hay algo que nos deja mucho a la reflexión: no existe una transformación –por ejemplo–, adecuada de las impresiones. Para el propósito de la Naturaleza propiamente dicha, no hay necesidad alguna de que el animal intelectual equivocadamente llamado hombre, transforme realmente las impresiones. Pero un hombre puede transformar sus impresiones, por sí mismo, si posee naturalmente, conocimientos –dijéramos– de fondo, esotéricos, y comprende el por qué de esa necesidad. ¡Resultaría magnífico transformar las impresiones!
La mayoría de las gentes, como tú has visto en el terreno de la vida práctica, creen que este mundo físico les va a dar exactamente lo que anhelan y buscan, y he ahí una tremenda equivocación. La vida en sí misma, entra en nosotros en nuestro organismo, en forma de meras impresiones.
Lo primero que realmente debemos comprender, es el significado de este trabajo esotérico, relacionado íntimamente con la cuestión de las impresiones. ¿Qué necesitamos transformarlas? ¡Es verdad! Y uno no podría realmente transformar su vida, si no transforma las impresiones que llegan a la mente. Es urgente, pues, que los que escuchen este cassette, reflexionen en lo que aquí estamos diciendo.
No existe realmente tal cosa como la “vida externa”. Y vean ustedes que estamos hablando de algo muy revolucionario, pues todo el mundo cree que el físico es lo real; pero si vamos un poquito más a fondo, lo que realmente estamos recibiendo, a cada instante, a cada momento, son meramente impresiones. Vemos a una persona que nos agrade o que nos desagrade, y lo primero que obtenemos son impresiones de esa naturaleza, ¿verdad? Esto no lo podemos negar.
La vida es, dijéramos, una sucesión de impresiones, no como creen muchos “ignorantes ilustrados”: una cosa sólida, física, de tipo exclusivamente material. La realidad de la vida son sus impresiones. Claro está que esta idea que estamos emitiendo a través de esta grabación, resulta ciertamente muy difícil de capturar, de aprehender; constituye un muy trabajoso punto de intersección. Es posible que ustedes que me están escuchando, tengan la certeza de que la vida que tienen existe como tal, y no como sus impresiones. Están tan sugestionados ustedes por el mundo físico, que obviamente así piensan.
La persona que vemos sentada, por ejemplo, en una silla allá, con tal o cual traje de color, aquel que nos sonríe más allá, aquel que va tan serio, etc., son para nosotros cosas reales, ¿verdad? Pero si meditamos profundamente en todo lo que vemos, llegamos a la conclusión de que lo real son las impresiones. Estas como ya dije, llegan a la mente a través –claro está– de las ventanas de los sentidos. Si no tuviéramos, por ejemplo ojos para ver, ni oídos para oír, ni tacto para tocar, ni olfato para oler, etc., ni aún siquiera gusto para gustar los alimentos que entran en nuestro organismo, ¿existiría acaso para nosotros, esto que se llama “mundo físico”? Claro que no, ¡absolutamente no!
La vida, pues, nos llega en forma de impresiones, y es ahí, precisamente ahí, donde existe la posibilidad de trabajar sobre nosotros mismos.
Ante todo, si eso queremos hacer, pues hay que comprender el trabajo que debemos hacer. Si no hiciéramos ese trabajo en forma correcta, ¿cómo podríamos lograr una transformación psicológica en sí mismos? Es obvio que el trabajo que vamos a realizar sobre sí mismos, debe ser sobre las impresiones que estamos recibiendo a cada instante, a cada momento. A menos que lo aprehenda, o dijéramos que lo capte, etc., nunca comprendería el significado de lo que en el trabajo es llamado el “Primer Choque Consciente”.
El “Choque” se relaciona con esas impresiones que son todo cuanto conocemos del mundo exterior, que estamos recibiendo, que tomamos como si fueran las verdaderas cosas, las verdaderas personas.
Necesitamos, pues, transformar nuestra vida, y ésta es interna. Al querer transformar, pues, estos aspectos psicológicos de nuestra existencia, obviamente necesitamos trabajar sobre las impresiones que entran en nosotros, ¡claro está!
¿Por qué llamamos nosotros al trabajo sobre la transformación de las impresiones, el Primer Choque Consciente? Por un motivo, mis queridos hermanos gnósticos, por un motivo: porque sencillamente, es algo que en modo alguno podríamos efectuar en forma meramente mecánica. Esto no sucede jamás mecánicamente, se necesita de un esfuerzo autoconsciente.
Es claro que un aspirante gnóstico que comience a comprender esta clase de trabajo, obviamente, por tal motivo, comienza a dejar de ser un hombre mecánico que sirve exclusivamente a los fines de la Naturaleza; una criatura absolutamente dormida, que sencillamente no es más que una “empleada” de la Naturaleza, para los fines económicos de la misma, los cuales realmente no sirven en modo alguno, a los intereses de nuestra propia Auto‑Realización Intima.
Si ustedes comienzan ahora a comprender el significado de todo cuanto en este “cassette” estamos enseñando; si piensan ahora en el significado de todo cuanto se les enseña a hacer, por la vía –dijéramos–, del esfuerzo propio, empezando con la observación de sí mismos, verán sin duda, mis queridos hermanos gnósticos, que en el lado práctico del trabajo esotérico, todo se relaciona íntimamente con la transformación de las impresiones y lo que resulta naturalmente de las mismas.
El trabajo, por ejemplo, sobre las emociones negativas, sobre los estados de ánimo enojosos, sobre la cuestión ésta de la identificación, sobre la autoconsideración, sobre los “yoes sucesivos”, sobre la mentira, sobre la auto‑justificación, sobre la disculpa y sobre los estados inconscientes en que nos encontramos, se relacionan en todo con la transformación de las impresiones y lo que resulta de ello.
Así convendrá, mis queridos hermanos gnósticos, que en cierto modo el trabajo sobre sí mismos se compare a la digestión, en el sentido de que es una transformación. Quiero que ustedes reflexionen profundamente en esto, comprendan pues, lo que es el Primer Choque. Es preciso formar un instrumento de cambio en el lugar de entrada de las impresiones, ¡no lo olviden!
Si mediante la compresión del trabajo, ustedes pueden aceptar la vida como trabajo, realmente esotérico, entonces estarán en un estado constante de Recuerdo de Sí Mismos. Este estado de Conciencia de Sí Mismos, los llevará a ustedes naturalmente al terreno viviente de la transformación de las impresiones, y así normalmente o supranormalmente, –dijéramos mejor–, al de una vida distinta, en lo que a ustedes naturalmente respecta. Es decir, que ya la vida no obrará más sobre todos ustedes, mis queridos hermanos, como lo hacía antes; comenzarán ustedes a pensar y a comprender de una manera nueva, y éste es el comienzo, naturalmente, de su propia transformación. Porque mientras ustedes sigan pensando de la misma manera, tomando la vida de la misma manera, es claro que no habrá ningún cambio en ustedes.
Transformar las impresiones de la vida, es transformarse uno mismo, mis queridos hermanos gnósticos, y sólo una manera de pensar enteramente nueva, puede efectuarlo. Todo este descanso, pues, radica exclusivamente en una forma –dijéramos–, radical de transformación. Si uno no se transforma, nada logra.
Comprenderán ustedes que la vida nos exige naturalmente reaccionar. Todas esas reacciones forman nuestra vida, nuestra vida personal. Cambiar la vida de uno, no es cambiar las circunstancias meramente externas, es cambiar realmente las propias reacciones. Pero si no vemos que la vida exterior nos llega como meras impresiones que nos obligan incesantemente a reaccionar –en una forma, dijéramos, más o menos estereotipada–, no veremos dónde empieza el punto que realmente posibilite el cambio, y dónde es posible trabajar.
Si las reacciones, que forman nuestra vida personal, son casi todas de tipo negativo, entonces también nuestra vida será negativa. La vida consiste principalmente en una serie sucesiva de reacciones negativas, que van como respuesta incesante a las impresiones que llegan a la mente. Luego nuestra tarea consiste en transformar las impresiones de la vida, de modo que no provoquen ese tipo de reacciones negativas a que estamos tan acostumbrados. Pero para lograrlo, es necesario estarnos auto‑observando de instante en instante, de momento en momento. Es urgente estar, pues, estudiando nuestras propias impresiones. Luego se puede dejar que las impresiones lleguen de un modo negativo, mecánico, o no. Si no lo hace, equivale a empezar a vivir más conscientemente.
Es decir, uno puede permitir darse el lujo de que la vida y las impresiones lleguen mecánicas, pero si no comete semejante error, si transforma las impresiones, entonces comienza a vivir conscientemente. Por eso se dice que ese es el Primer Choque Consciente.
Tal Primer Choque Consciente radica, precisamente, en la transformación de las impresiones que llegan a la mente. Si no se consigue transformar las impresiones que llegan a la mente, en el momento mismo de su entrada, siempre se puede trabajar en el resultado de las mismas, e impedir –claro está–, que produzcan sus efectos mecánicos, que siempre suelen ser desastrosos en el interior de nuestra psiquis.
Todo ello requiere un sentimiento definido, una vibración definida del trabajo, una valorización de la Enseñanza. Porque significa que este esotérico trabajo gnóstico debe ser llevado hasta el punto, por así decirlo, donde entran las impresiones, y son distribuidas mecánicamente a su lugar acostumbrado en la Personalidad, para evocar las antiguas reacciones.
Quiero que ustedes vayan entendiendo un poquito más. Voy a tratar, dijéramos, de simplificar, a fin de que ustedes puedan entender. Pondré un ejemplo: si arrojamos una piedra a un lago cristalino, en el lago se producen impresiones, y la respuesta a esas impresiones dadas por la piedra son las reacciones. Estas se manifiestan en ondas que van desde el centro hasta la periferia, ¿verdad?
Bueno, ahora lleven ustedes, mis queridos hermanos gnósticos, este ejemplo a la mente. Imagínensela, un momento, como un lago. De pronto, aparece la imagen de una persona. Esa imagen, es como la piedra de nuestro ejemplo que llega al lago de la mente. Entonces la mente reacciona en forma de reacciones, ¿verdad? Las impresiones son las que producen la imagen que llega a la mente; las reacciones son la respuesta a tales impresiones.
Si ustedes tiran una pelota contra un muro, el muro recibe la impresión, pero luego viene la reacción, que consiste en que inconscientemente, regresa la pelota hacia quien la mandó. Bueno, puede que no le llegue directamente, pero de todas maneras rebota la pelota y eso es reacción, ¿verdad?
El mundo, todo, está formado por impresiones. Por ejemplo, nos llega la imagen de una mesa, es una imagen que nos llega a la mente a través de los sentidos. No podemos decir que ha llegado la mesa o que la mesa se ha metido en nuestro cerebro, eso sería absurdo, pero sí se ha metido una imagen de la mesa y entonces nuestra mente reacciona inmediatamente diciendo: “esto es una mesa y es de madera o es de metal, etc.”
Creo que ustedes me van entendiendo, ¿no? Bien, ahora hay impresiones que no son muy agradables, por ejemplo, las palabras de un insultador no son, por cierto, bastante hermosas que se diga, ¿no? ¿Podríamos transformar esas palabras del insultador? No, las palabras son como son, ¿entonces, qué podríamos hacer? ¿Transformar las impresiones que tales palabras nos producen? Sí, eso es posible, y la Enseñanza Gnóstica nos enseña a cristalizar la Segunda Fuerza –es decir, al Cristo en nosotros– mediante un postulado que dice: “Hay que recibir con agrado las manifestaciones desagradables de nuestros semejantes”.
He ahí, pues, el modo de transformar las impresiones que producen, en nosotros, las palabras de un insultador: recibir con agrado las manifestaciones desagradables de nuestros semejantes. Este postulado nos llevará, naturalmente, a la cristalización de la Segunda Fuerza –es decir, al Cristo en nosotros– hacer que el Cristo venga a tomar forma.. Es un postulado sublime, esotérico en un ciento por ciento.
Ahora bien, si del mundo físico no conocemos sino las impresiones, entonces propiamente el mundo físico no es tan externo como creen las gentes. Con justa razón dijo don Enmanuel Kant: “Lo exterior es lo interior”. Así pues, si lo interior es lo que cuenta, pues debemos transformar lo interior, las impresiones son interiores.
Así pues, todos los objetos, las cosas, todo lo que vemos, existe en nuestro interior en forma de impresiones. Si nosotros no transformamos las impresiones, nada cambia en nosotros. La lujuria, la codicia, el odio, el orgullo, etc., existen en forma de impresiones dentro de nuestra psiquis que vibran incesantemente. Y el resultado mecánico de tales impresiones, han sido todos esos elementos inhumanos que llevamos dentro, y que normalmente los hemos llamado “yos” o “yoes”, que en su conjunto constituyen el “mi mismo”, el “sí mismo”, ¿verdad?
Supongamos que un individuo, por ejemplo, ve a una mujer provocativa y que no transforma sus impresiones. El resultado será que las mismas –de tipo naturalmente lujurioso–, originen en él, pues, el deseo de poseerla. Tal deseo viene a ser el resultado mecánico de la impresión recibida, y ese deseo viene a cristalizar, a tomar una forma en nuestra psiquis, se convierte en un “agregado” más, es decir, en un elemento inhumano, en un nuevo “yo” de tipo lujurioso que viene a agregarse a la suma ya de elementos inhumanos que en su totalidad constituyen el Ego, el “mí mismo”, el “sí mismo”.
Pero vamos a seguir reflexionando. En nosotros existe ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza y gula. Ira, ¿por qué? Porque muchas impresiones llegaron a nosotros, a nuestro interior, y nunca las transformamos. El resultado mecánico de tales impresiones, pues de ira, fueron los “yoes” que aún existen, viven en nuestra psiquis, y que constantemente, pues, nos hacen sentir coraje.
Codicia. Indudablemente, muchas cosas despertaron en nosotros la codicia: el dinero, las joyas, las cosas materiales de toda clase, etc. Esas cosas, esos objetos, llegaron a nosotros en forma de impresiones. Nosotros cometimos el error de no haber transformado esas impresiones, por ejemplo en otra cosa diferente: en una admiración por la belleza, o en altruismo, o en alegría por el dueño de tales o cuales cosas, en fin, en fin. ¿Y qué? Pues que tales impresiones no transformadas, naturalmente se convirtieron en “yoes” de codicia que ahora cargamos en nuestro interior.
En cuanto a la lujuria, ya dije que distintas formas de lujuria llegaron a nosotros en forma de impresiones, es decir, surgieron en el interior de nuestra mente imágenes, dijéramos, de tipo erótico, cuya reacción fue la lujuria. Como quiera que nosotros no transformamos entonces esas ondas lujuriosas, esas vibraciones lujuriosas, esas impresiones, ese sentir lujurioso, ese erotismo malsano, no bien entendido –porque bien entendido, ya dije que el erotismo es sano–, naturalmente que el resultado no se hizo esperar: fue completamente mecánico, nacieron nuevos “yoes” dentro de nuestra psiquis, de tipo, claro está, morbosos.
Así pues, hoy en día nos toca trabajar sobre las impresiones que tenemos en nuestro interior y sobre sus resultados mecánicos. Dentro, tenemos impresiones de ira, de codicia, de lujuria, de envidia, de orgullo, de pereza, de gula, etc., etc., y “otras tantas hierbas”. También tenemos dentro los resultados mecánicos de tales impresiones: manojos de “yoes” pendencieros y gritones que ahora necesitamos comprender y eliminar.
Todo el trabajo sobre nuestra vida, versa pues en saber transformar las impresiones y también en saber eliminar, dijéramos, los resultados mecánicos de impresiones no transformadas en el pasado.
El mundo exterior, propiamente no existe; lo que existe es lo interno. Las impresiones son interiores, y las reacciones –con tales impresiones– son de tipo completamente interior. Nadie me podría decir que está viendo a un árbol en sí mismo. Estará viendo la imagen del árbol, pero no al árbol. La “cosa en sí”, como decía Don Enmanuel Kant, nadie la ve; se ve la imagen de la cosa, es decir, surgen en nosotros las impresiones sobre un árbol, sobre una cosa. Estas son internas, son de adentro, son de la mente. Si uno, por ejemplo, no hace una modificación de sus propias impresiones internas, el resultado mecánico no se deja esperar: es el nacimientos de nuevos yoes que vienen a esclavizar aún más a nuestra Esencia, a nuestra Conciencia, que vienen a intensificar el sueño –dijéramos–, en que vivimos.
Cuando uno comprende que realmente, todo lo que existe dentro de uno mismo con relación al mundo físico, no son más que impresiones, comprende también la necesidad de transformar esas impresiones, y al hacerlo, se produce una transformación total de uno mismo.
No hay cosa que más duela, por ejemplo, que la calumnia, o las palabras de un insultador; pero si uno es capaz de transformar las impresiones que le producen a uno tales palabras, pues esas quedan entonces sin valor ninguno, es decir, quedan como un cheque sin fondos.
Ciertamente, las palabras de un insultador no tienen más valor que el que les dé el insultado. Si el insultado no les da valor a tales palabras, las mismas quedan sin valor –repito, aunque me haga cansón–: quedan como un cheque sin fondos. Cuando uno comprende esto, transforma entonces las impresiones de tales palabras, por ejemplo en algo distinto: en amor, por ejemplo, en compasión por el insultador, y eso naturalmente significa transformación.
Así pues, necesitamos estar transformando incesantemente las impresiones, no sólo las presentes, sino las pasadas. Dentro de nosotros existen muchas impresiones que cometimos el error, en el pasado, de no haber transformado y muchos resultados mecánicos de las mismas, que son los tales “yoes” que ahora hay que desintegrar, aniquilar, a fin de que la Conciencia quede libre y despierta.
Quiero que ustedes reflexionen más hondamente en lo que estoy diciendo: las cosas, las personas, no son más que impresiones dentro de ustedes, dentro de su mente. Si ustedes transforman esas impresiones, se transforma la vida de ustedes.
Cuando hay por ejemplo, orgullo, eso tiene por basamento la ignorancia. ¿De qué puede sentirse orgullosa, por ejemplo, una persona? ¿De su posición social, de su dinero, de qué? Pero si esa persona, por ejemplo, piensa en que su posición social es una cuestión meramente mental, impresiones sobre su estado social, su dinero. Cuando piensa que tal estado no es más que una cuestión mental, o cuando analiza, pues, la cuestión del dinero viene a darse cuenta de que este en sí mismo, existe en la mente en forma de impresiones, las impresiones que produce el dinero, claro está; si analiza esto a fondo, si comprende realmente que el dinero y la posición social y demás no son más que impresiones internas de la mente, con el sólo hecho de comprender que sólo son impresiones de la mente, hay transformación de las mismas; entonces el orgullo por sí mismo cae, se desploma, y nace en una forma muy natural, dentro de nosotros la humildad.
Continuando así con estos procesos de transformación de las impresiones, proseguiré con algo más. Si por ejemplo, una imagen de una mujer lujuriosa llega a la mente, o surge en la mente. Tal imagen es una impresión, obviamente. Nosotros podríamos transformar esa impresión lujuriosa, mediante la comprensión. Bastaría con que pensáramos en que la citada imagen es perecedera, en que esa belleza es por lo tanto ilusoria. Si recordamos, en ese instante, que esa mujer ha de morir y que su cuerpo se va a volver polvo en el panteón; si con la imaginación viésemos su cuerpo en estado de desintegración, dentro de la sepultura, sería esto más que suficiente como para transformar esa impresión lujuriosa en Castidad. Resultado no surgirían en la psiquis más “yoes” de lujuria.
Así pues, conviene que mediante la comprensión, transformemos las impresiones que surgen en la mente.
Creo que los hermanos van entendiendo que el mundo exterior no es tan exterior como normalmente se cree. Es interior, pues todo lo que nos llega del mundo, no son más que impresiones internas. Nadie podría meter un árbol dentro de su mente, ni una silla, ni una casa, ni un palacio, ni una piedra. Lo que ahí entró en nuestra mente, no son sino impresiones, eso es todo, impresiones de un mundo que llamamos “exterior”, pero que realmente no es tan exterior como se piensa.
Conviene pues, que estemos nosotros transformando las impresiones mediante la comprensión. Si alguien nos adula, nos alaba, por ejemplo, ¿cómo transformaríamos nosotros la vanidad que tal adulador podría provocar en nosotros? Obviamente, las alabanzas, las adulaciones, no son más que impresiones que llegan a la mente, y ésta reacciona en forma de vanidad. Pero si se transforman tales impresiones, la vanidad se hace imposible.
¿Cómo se transformarían, pues, las palabras de un adulador, los términos de alabanza, en qué forma? ¡Mediante la comprensión! Cuando uno realmente comprende que no es más que una infinitesimal criatura viviendo en un rincón del Universo, de hecho transforma, pues, por sí mismo tales impresiones de alabanza o de lisonja, en algo distinto; convierte tales impresiones, dijéramos, en lo que son: polvo, polvareda cósmica, porque comprende uno su propia posición.
Ya sabemos que nuestro planeta Tierra es un grano de arena en el espacio. Pensemos en la Galaxia en que vivimos, compuesta por miles y millones de mundos. ¿Qué es la Tierra? Es una mísera partícula de polvo en ese Infinito. ¿Y qué nosotros? Organismos, dijéramos casi micro orgánicos, de esa partícula. ¿Entonces qué? ¿Qué surgiría en nosotros con estas reflexiones? La humildad, es claro. Y esta, obviamente, produciría una transformación de las impresiones que se relacionan con la lisonja, la adulación, la alabanza, claro, y no reaccionaríamos como resultado en forma de orgullo, ¿verdad?
Tanto más reflexionemos en esto, vemos más y más la necesidad de una transformación completa de las impresiones.
Todo lo que vemos externo, es interior. Luego, si no trabajamos sobre lo interior, vamos por el camino del error, porque no modificaríamos entonces nuestra vida. Si queremos ser distintos, necesitamos transformarnos íntegramente, y si queremos transformarnos, debemos empezar por transformar las impresiones. Ahí está la clave para la transformación radical definitiva.
En la misma transmutación sexual, hay transformación de las impresiones. Transformando las impresiones animales, bestiales, en el elementos de la devoción, entonces surge en nosotros la transformación sexual: la Transmutación.
La personalidad que todos hemos adquirido, recibe las impresiones de la vida pero no las transforma porque prácticamente es algo muerto. Si las impresiones cayeran directamente en la Esencia, es obvio que serían transformadas. Porque de hecho, ella las depositaría exactamente en los centros correspondientes de la máquina humana.
La personalidad, que es el término que se aplica a todo cuanto adquirimos, es claro que traduce las impresiones de todos los lados de la vida de un modo limitado y prácticamente estereotipado, con arreglo a su calidad y asociaciones. A este respecto, en el trabajo se compara a veces a la personalidad con una pésima secretaria que está en la habitación de enfrente, que se ocupa de todo según sus propias ideas, conceptos, preconceptos, opiniones y prejuicios.
Tiene muchísimos diccionarios, enciclopedias de todo género y libros de referencia, etc., y está en comunicación con los tres centros, es decir, el mental, emocional y los centros físicos, con arreglo a sus limitadas ideas. Y como secuencia o corolario, resulta de ello que se pone en comunicación casi siempre –y eso es lo lamentable–, con centros equivocados. Esto significa, y es bueno poner atención a lo que estoy aquí diciendo, que las impresiones que le llegan son enviadas a lugares equivocados, es decir, a centros que no le corresponden y producen naturalmente, resultados equivocados.
Pondré un ejemplo para que ustedes me puedan entender mejor. Supongamos que una mujer atiende con mucha consideración y respeto a un caballero. ¡Claro! Las impresiones que el caballero está recibiendo en su mente son traducidas por la personalidad y ésta las manda a centros equivocados. Normalmente, las manda al centro sexual. Entonces este caballero llega a creer firmemente que la dama en cuestión está enamorada de él y, como es lógico, no tarda mucho tiempo sin que él se apresure a hacerle insinuaciones de tipo amoroso. Indubitablemente, si aquella dama realmente jamás ha tenido esa clase de preocupaciones por el caballero en cuestión, es claro que no deja de sentirse, y con mucha razón digo, sorprendida, ¿verdad?
Ese es el resultado de una pésima traducción de las impresiones. ¡Vean ustedes cuán mala secretaria es la personalidad! La vida de un hombre depende de esta secretaria que busca, dijéramos, mecánicamente la información en sus libros de referencia, sin comprender en absoluto lo que significa en realidad, y la transmite en consecuencia sin preocuparse por lo que pueda ocurrir, pero sintiendo únicamente que está cumpliendo con su deber. Esta es nuestra situación interior.
Lo que importa comprender en esta alegoría es que la personalidad humana, que todos adquirimos y debemos adquirir, empieza a hacerse cargo de nuestra vida y esto es algo demasiado importante. Incuestionablemente, es inútil imaginar que esto sólo sucede a ciertas personas, les sucede a todos. Quien quiera que sea, se halla, a través de la observación de sí, en posesión de un reducido número de modos característicos de reacción a las múltiples impresiones de la vida entrante.
Estas reacciones mecánicas, desgraciadamente, infortunadamente, nos gobiernan. Cada cual en la vida está gobernando por su propia serie de reacciones a las impresiones, es decir, a la vida misma. No importa que se llame liberal o conservador, revolucionario o bolchevique, etc., etc., etc., bueno o malo en el sentido ordinario. Es obvio que estas reacciones ante los impactos del mundo exterior constituyen nuestra propia vida. La humanidad, en este sentido, podemos decir en forma enfática que es completamente mecanicista.
Cualquier hombre en la vida se ha formado, dijéramos, una enorme cantidad de reacciones que vienen a ser, lo que se llama, dijéramos, la “experiencia” o las “experiencias prácticas” de su existencia. Es claro que como toda acción produce sus reacciones, acciones de cierto tipo vienen a producir reacciones de cierto tipo, y a tales reacciones se les llama “experiencia”.
Interesante sería, por ejemplo –a fin de conocer mejor nuestras acciones y reacciones– poder relajar la mente.
Esto del relajamiento mental es magnífico. Acostarse uno en su lecho o sentarse en un cómodo sillón, relajar todos sus músculos pacientemente, y luego vaciar la mente de toda clase de pensamientos, deseos, emociones, recuerdos, etc. Cuando la mente está quieta, cuando la mente está en silencio, podemos conocernos mejor a sí mismos. Es en tales instantes de quietud y silencio mental cuando, realmente, venimos a verificar en forma directa el crudo realismo de todas las acciones y reacciones de la vida práctica.
Cuando la mente se encuentra en reposo absoluto, veremos multitud de elementos y sub-elementos, acciones y reacciones, deseos y pasiones, etc., etc., etc., como algo ajeno a nosotros pero que aguarda el instante preciso para poder tomar, dijéramos, control sobre nosotros mismos, sobre nuestra personalidad.
He ahí el motivo por el cual vale la pena la quietud y el silencio de la mente. Obviamente, la relajación del entendimiento es benéfica en el sentido más completo de la palabra, pues nos conduce al auto-conocimiento individual.
Así es de que toda la vida, es decir, la vida exterior, lo que vemos y oímos es para cada persona sus reacciones a las impresiones que le llegan del mundo físico y, como dije, es un gran error pensar que lo que es llamado vida sea una cosa fija y sólida, la misma para cualquier persona. Ciertamente de las múltiples impresiones que con respecto a la vida existen en el género humano, son infinitas.
La vida ciertamente, son nuestras impresiones de ella y es claro que nosotros podemos, si lo queremos, transformar tales impresiones. Pero, como se dijo, esta es una idea muy difícil de comprender debido a que es tan poderoso el hipnotismo de los sentidos.
Aunque parezca increíble, todos los seres humanos se hallan en estado de hipnosis colectiva. Tal hipnosis es producida por el estado residual del abominable Organo Kundartiguador que desarrolló el ser humano. Es claro que originó los diversos agregados psíquicos o elementos inhumanos que en su conjunto constituyen el mí mismo, el sí mismo. Estos elementos y sub-elementos, a su vez, condicionan a la Conciencia y la mantienen en estado de hipnosis. Así pues, existe la hipnosis colectiva; todo el mundo está hipnotizado.
La mente está tan enfrascada en el mundo de los cinco sentidos que no acierta a comprender cómo podría independizarse de ellos, cree firmemente que estos últimos le muestran la realidad. Así nuestra vida interior, nuestra verdadera vida de pensamientos y sentimientos, sigue siendo confusa para nuestras concepciones meramente razonativas, intelectivas. No obstante, al mismo tiempo sabemos muy bien dónde vivimos realmente: en nuestro mundo de pensamientos y sentimientos, y esto es algo que nadie puede negar.
Así pues, necesitamos aprender a transformar nuestras propias impresiones. Empero, no es posible transformar cosa alguna en nosotros si seguimos pegados al mundo de los cinco sentidos. Como dije en mi pasada plática, el Trabajo le enseña a uno que si es negativo, se debe a la culpa propia. El punto de vista sensorio, es que esta o aquella persona en el mundo exterior, a quien uno ve y oye por medio de los ojos y oídos, tiene la culpa. Esta persona dirá, a su vez, que nosotros somos los culpables. Pero realmente, la culpa está en las impresiones que nosotros tengamos sobre la persona.
Muchas veces pensamos que una persona es perversa cuando, en el fondo, esa persona es una mansa oveja. Conviene mucho aprender a transformar, pues, todas las impresiones que tengamos nosotros sobre la vida. Es necesario aprender, dijéramos, a recibir con agrado las manifestaciones desagradables de nuestros semejantes.
Si pensamos científicamente en esta cosa de las impresiones y del modo de transformarlas, veremos lo siguiente: las impresiones que llegan a nosotros corresponden al Hidrógeno 48, que es el Hidrógeno que gobierna al cuerpo físico. Así pues, toda impresión pertenece al Hidrógeno 48, pero puede ser transformada en el Hidrógeno 24, que corresponde al Cuerpo Astral, y mucho más tarde en el Hidrógeno 12, que corresponde al Mental, y aún en el Hidrógeno 6 del Causal, etc., etc., etc.
Es claro que la transformación del Hidrógeno 48 en 24, ó del 24 en 12, ó del 12 en 6, ó del 6 en 3, solamente es posible mediante un agente secreto. Quiero referirme al Hidrógeno sexual Si-12. Es claro que si uno es casto, si uno aprende a transformar el esperma sagrado en energía creadora, la transformación de tal Hidrógeno 48 en 24, y en 12, y en 6, y en 3, etc., resulta factible.
Ahora bien, si pensamos en el cuerpo físico, en el cuerpo de carne y hueso, tenemos que decir que así como hay diferencias entre lo psíquico –grados y grados, estados y estados–, así también lo hay en el físico. Que una carne se parezca a otra carne, nada tiene de raro, pero hay diferencias entre las distintas carnes. Porque una cosa es la carne de un Maestro de Sabiduría de la Fraternidad Universal Blanca; otra la de un simple chela o discípulo de la Blanca Hermandad; otra la de un hombre profano, común y corriente; y otra la de un mago negro terriblemente perverso. Así pues, hay diferencias.
Nosotros podemos volver el cuerpo físico más sutil, más refinado, si conseguimos alimentarlo con Hidrógenos superiores. Es claro que si transformamos el Hidrógeno 48, que corresponde a las impresiones, en el 24, y en el 12, y en el 6, y en el 3, etc., pues entonces nuestro cuerpo físico se nutrirá con Hidrógenos superiores, y por ende, adquirirá un mayor estado de refinamiento espiritual. Se volverá a sí mismo un vehículo, dijéramos, muy apto para el Alma, para el Espíritu; un cuerpo pues, muy distinto al de nuestros semejantes, más receptivo, más psíquico.
Este es, entre otras cosas, uno de los motivos básicos por los cuales debemos nosotros comprender la necesidad de transformar las impresiones. Pasemos ahora a las preguntas...
P.- Se dice que es más fácil que pasara un camello por el ojo de una aguja, que un rico se salvara, ¿usted quiere explicarnos en que forma esto es simbólico, y en qué se contrapone la riqueza material con la revolución espiritual?
R.- Pues hay que saber entender las palabras del Cristo. Indudablemente, no solamente se refiere Jesús de Nazaret a los bienes materiales, sino a la cuestión del intelecto, hay muchas gentes que tienen ricos intelecto y jamás les atraen los asuntos espirituales, por eso “más fácil pase un camello por el hueco de una aguja que un rico entrar en el reino de los cielos. Hay otros que tienen una mentalidad muy sensible, que son simples y con facilidad entran en el camino.
Así pues, las palabras del Maestro no se refieren exclusivamente a los bienes terrenales, sino a la cuestión intelectual.
También es cierto y de toda verdad que hay avaros, hay individuos que tienen almacenadas riquezas y claro, no andan nunca en la Senda por estar apegados a sus bienes, desde ese punto de vista eso es exacto. Pero se pueden tener riquezas, se pueden tener dineros sin que por eso se impida entrar al Reino de los Cielos... (fin de cinta)
Segunda parte:
El Centro Emocional y las Impresiones Negativas.
Existen momentos de la vida demasiado complicados, en los que uno tiene marcada tendencia a identificarse fácilmente con los sucesos, y a olvidarse completamente de sí mismo. En esos instantes, hace uno tonterías que a nada conducen. Si se estuviera alerta, si en esos mismos momentos, en vez de “perder la cabeza” se acordase de sí mismo, descubriría con asombro, ciertos “yoes” de los cuales jamás tuvo ni la más mínima sospecha de su posible existencia.
Impresión que no sea digerida o transformada, se convierte en un agregado psicológico más, y el agregado psicológico que no se vaya comprendiendo y eliminando, viene a añadirse a la suma ya existente de elementos inhumanos o “yoes”, dando como resultado, una frustración o un “complejo”.
En la inter‑relación, en la diaria convivencia con los otros seres humanos, cada vez que tengamos una situación difícil, aprendamos a colocar la Esencia o Conciencia entre la mente y la impresión.
O sea, que debemos poner la Conciencia frente a las impresiones, antes de que éstas lleguen a la mente, antes de que la mente realice su acostumbrado procesamiento de datos.
Ciertamente, jamás resulta tarea fácil luchar –por ejemplo–, contra las emociones negativas que provocan las impresiones no transformadas; jamás resulta tarea fácil perder toda identificación con nuestro propio tren de vida: problemas de toda índole, negocios, deudas, pagos de letras, hipotecas, teléfono, agua, luz, etc.
Pero cuando uno se acuerda de sí mismo, cuando trabaja sobre sí mismo, cuando no se identifica con todos los problemas y penas de la vida, de hecho transforma las impresiones y evita que sea afectado su centro emocional inferior.
¿Qué diremos nosotros, mis caros discípulos, sobre los Tres Alimentos? Ya expliqué, la vez pasada, cómo es que uno se alimenta con el primer alimento, el alimento del cuerpo físico; no pienso añadir nada a eso. Luego hablamos también sobre el segundo alimento, que es la respiración, más importante que aquél que va al estómago. Pero hay un tercer alimento, del que les dije a ustedes que es el de las impresiones. Nadie puede vivir sin impresiones, ni siquiera un minuto.
Desgraciadamente, el ser humano no sabe seleccionar sus impresiones: abre las puertas a todas las Impresiones Negativas.
¿Qué dirían ustedes –por ejemplo–, ahora que estamos aquí, en este salón, si le abriéramos la puerta a unos ladrones para que entraran? Pregunto a estos hermanos que nos acompañan aquí, en está plática: ¿a ustedes les parecería correcto que se le abriera la puerta, por ejemplo al vandalaje? Obviamente cometeríamos un absurdo y ustedes lo demandarían. Sin embargo, no hacemos lo mismo con las impresiones: le abrimos las puertas a todas las impresiones negativas del mundo. Estas penetran en nuestra psiquis y hacen destrozos allá adentro, se transforman en agregados psíquicos y desarrollan en nosotros el centro emocional negativo. En conclusión: nos llenan de lodo, pero se las abrimos.
¿Será correcto eso? ¿Será correcto que una persona que viene, por ejemplo, llena de impresiones negativas que emanan de su centro emocional negativo, sea acogida por nosotros, que abramos las puertas a todas las Emociones Negativas de esa persona?
Parece que no sabemos seleccionar las impresiones y eso es muy grave. Nosotros debemos aprender a abrir y cerrar las puertas de nuestra psiquis a las impresiones: abrir las puertas a las impresiones nobles, limpias, cerrarlas a las impresiones negativas y absurdas. O sea, las impresiones negativas causan daño, desarrollan el centro emocional negativo en nosotros, nos perjudican.
¿Por qué hemos de abrir las puertas a las impresiones negativas? Vean ustedes lo que uno hace estando en grupo, en multitudes. Yo les aseguro que ninguno de ustedes, por ejemplo ahorita, se atrevería a salir a la calle a lanzar piedras contra nadie, ¿verdad? Sin embargo, en grupos quién sabe. Puede que alguien se meta dentro de una manifestación pública y ya esté enardecido por el entusiasmo, y si las multitudes lanzan piedras, él también resulta lanzando piedras, aunque después se diga a sí mismo: “¿Y por qué las lancé, por qué hice eso?”.
Recuerdo una de esas manifestaciones, hace unos cuantos años, cuando los Maestros de Escuela se levantaron en muchas huelgas, protestas y manifestaciones. Entonces vimos cosas insólitas aquí, en pleno Distrito Federal, hace unos 10 o 15 años. ¿Qué vimos? A profesores muy decentes, muy cultos, muy dignos, que ya en multitud, agarraban piedras y las lanzaban con fuerza contra vidrios, contra las gentes, contra quién podían. Esos profesores de Escuela nunca lo hubieran hecho a solas, pero en multitud, en grupos, el ser humano se comporta muy distinto, hace cosas que nunca haría a solas. ¿A qué se debe eso? Pues a las impresiones negativas, a que él le abre sus puertas a las impresiones negativas, y resulta haciendo lo que nunca haría a solas. Por eso es necesario que nosotros aprendamos a seleccionar nuestras impresiones.
Cuando uno abre las puertas a las impresiones negativas, no solamente altera el centro emocional –que está en el corazón–, sino que lo torna negativo. Si abre uno sus puertas, por ejemplo, a la emoción negativa de una persona que viene llena de ira, porque alguien le ocasionó algún daño, entonces termina uno, pues, aliado con esa persona y en contra de aquélla que ocasionó el daño. Termina uno lleno de ira, sin siquiera tener parte tampoco en el asunto.
Supongamos que uno le abre las puertas a las impresiones negativas de un borracho, al que encontramos durante una “pachanga”. Entonces termina uno aceptándole una copita al borracho, y luego dos, tres, diez. Conclusión: borracho también.
Supongamos que uno le abre las puertas a las impresiones negativas, por ejemplo, de una persona del sexo opuesto. Termina uno también fornicando, cometiendo toda clase de delitos. Y si le abrimos las puertas a las impresiones negativas de un drogadicto, resultamos también fumando marihuana, ¡y con semilla y todo! Conclusión: ¡fracaso!
Así es como los seres humanos se contagian unos a otros. Dentro de ambientes negativos, los borrachos contagian a los borrachos, los ladrones vuelven ladrones a los otros, los ladrones homicidas contagian a otros, los drogadictos se contagian entre sí, y se multiplican los drogadictos, se multiplican los asesinos, se multiplican los ladrones, se multiplican los usureros. ¿Por qué? Porque cometemos siempre el error de abrirle las puertas a las emociones negativas, y eso no está correcto.
¡Seleccionemos las impresiones! Si alguien nos trae emociones positivas de luz, de armonía, de belleza, de sabiduría, de amor, de poesía, de perfección, abrámosle las puertas de nuestro corazón. Pero si alguien nos trae emociones negativas de odio, de violencia, de celos, de drogas, de alcohol, de fornicación, de adulterio, ¿por qué tenemos que abrirle las puertas de nuestro corazón? ¡Cerrémosla, cerremos las puertas a las impresiones negativas!
Cuando uno reflexiona en todo esto, puede perfectamente modificarse, hacer de su vida algo mejor.
Tercera parte:
Los Hidrógenos, el Alimento de las Impresiones.
Ningún ocultista debe ignorar que la transformación de las substancias del organismo, se procesa de acuerdo con la Ley de las Octavas
El microcosmos‑hombre es un Sistema Solar en miniatura, una máquina maravillosa con varias redes distribuidoras de energías, en distintos grados de tensión.
Se nos ha dicho que el organismo humano obtiene sus alimentos del aire que respiramos, de la comida que comemos y de las impresiones que recibimos. Los microlaboratorios glandulares deben transformar las energías vitales de esos alimentos, y ésta es una labor sorprendente y maravillosa.
Cada glándula debe transformar la energía vital de los alimentos, al grado de tensión requerida por su propio sistema y función.
El organismo humano posee siete glándulas superiores y tres controles nerviosos. La Ley del Siete y la Ley del Tres, trabajan intensamente dentro de la máquina humana.
Tenemos plena razón para afirmar, sin temor a equivocarnos, que los tres controles nerviosos –cerebro‑espinal, simpático y para‑simpático–, representan a la Ley del Tres, a las tres fuerzas primarias dentro de la máquina humana, así como las siete glándulas endocrinas y sus productos, representan a la Ley del Siete con todas sus octavas musicales.
Así pues, no sólo de pan y de aire vive el hombre, sino también de diversos factores psicológicos.
Esto explica porqué cuando uno mismo se da el primer choque del “Recuerdo de Sí”, se produce un cambio milagroso en todo el trabajo del cuerpo físico, de modo que las células reciben un nuevo alimento.
Es obvio que las impresiones transformadas revitalizan las glándulas de secreción interna y ayudan en el despertar de la Conciencia
El término “Hidrógeno” tiene, en Gnosticismo, un significado muy extenso. Cualquier elemento simple es realmente un Hidrógeno de cierta densidad.
Es urgente saber que en el Universo existen doce Hidrógenos básicos, fundamentales. Los doce Hidrógenos básicos están escalonados con las doce categorías de materia; las doce categorías de materia existen en todo lo creado. Recordemos a las doce sales del Zodíaco y a las doce esferas de vibración cósmica, dentro de las cuales debe desenvolverse una Humanidad Solar.
De los doce Hidrógenos básicos, se derivan todos los Hidrógenos secundarios, cuyas variadas densidades van desde el 6 hasta el 12.283.
El Hidrógeno 384 se encuentra en el agua, el 192 en el aire, y el 96 está depositado en el magnetismo animal, las emanaciones del cuerpo humano, hormonas, vitaminas, etc.
Este interesantísimo tema de los Hidrógenos, pertenece al ramo de la Química Oculta o Alquimia Gnóstica, y como quiera que es demasiado difícil, para bien de nuestros estudiantes preferimos estudiarla poco a poco en cada uno de nuestros “Mensajes de Navidad”.
Pasemos ahora a estudiar el famoso Hidrógeno Sexual SI-12, el maravilloso Hidrógeno Creador que sabiamente se elabora en la fábrica del organismo humano.
La comida pasiva del plato, dentro del organismo humano pasa por muchas transformaciones, refinamientos y sutilizaciones que se procesan dentro de la escala musical: DO‑RE‑MI-FA‑SOL‑LA‑SI.
La comida pasiva del plato, comienza con el DO; el Quimo, resultante de la primera etapa de la transformación, sigue con el RE; el alimento muy refinado, que pasa osmóticamente a la corriente sanguínea, continua con el MI. Y así, sucesivamente, siguen los procesos hasta quedar elaborado lo mejor de todo el organismo: el maravilloso Elixir, el Licor Seminal con su Hidrógeno 12, en la nota “SI”.
La primera octava musical: DO, RE, MI, FA, SOL, LA, SI, corresponde exactamente a la fabricación del Hidrógeno Sexual SI‑12 dentro del organismo humano.
Ahora bien, si observamos científicamente esta cuestión de las impresiones y el modo de transformarlas, veremos lo siguiente:
1º Las impresiones que llegan a nosotros, corresponden al 48, que es el Hidrógeno que sostiene o alimenta al cuerpo físico.
2º Toda impresión corresponde al Hidrógeno 48, pero puede ser transformado en Hidrógeno 24, que corresponde al Cuerpo Astral.
3º El Hidrógeno 24 puede ser transformado en Hidrógeno 12, que corresponde al Mental, y luego éste puede ser transformado en Hidrógeno 6, que corresponde al Causal o “Manas Superior”.
Es claro que la transformación del Hidrógeno 48 en 24, o en 12, o en 6, sólo es posible mediante un agente secreto. Quiero referirme, en forma enfática, al Hidrógeno Sexual SI‑12. Es claro que si uno es casto, si uno aprende a transformar el Esperma Sagrado en energía creadora, la transformación del tal Hidrógeno 48 en 24, en 12 y en 6, resulta factible.
Ahora bien, si pensamos en el cuerpo físico, tendremos que decir que así como hay grados en el aspecto psicológico, estados y estados, así también los hay en el cuerpo físico. Que una carne se parezca a otra, nada tiene de raro, pero hay diferencias entre las distintas carnes. Una cosa es la carne de un Maestro del Círculo Consciente de la Humanidad Solar, y otra la de un simple “Chela” o discípulo; una la de un profano, común y corriente, y otra la de un Mago Negro, terriblemente perverso. Así, pues, hay diferencias en cada una de ellas.
Nosotros podemos volver más sutil al cuerpo físico, más refinado, si conseguimos alimentarlo con Hidrógenos superiores. Es claro que si transformamos el Hidrógeno 48 que corresponde a las impresiones en 24, 12 y 6, nuestro cuerpo físico se nutrirá, de hecho, con Hidrógenos superiores, y por ende adquirirá un mayor estado de refinamiento espiritual, se volverá a sí mismo, dijéramos, un cuerpo más apto para el Alma –muy distinto al de nuestros semejantes–, más receptivo, más psíquico.
Este es, entre otras cosas, uno de los motivos básicos por el cual debemos nosotros comprender la necesidad de transformar las impresiones.
Cuarta parte:
La Palabra y las Impresiones.
La Conciencia duerme en nuestra laringe, somos inconscientes de la palabra. Necesitamos hacernos plenamente conscientes de la palabra.
Hay veces que hablar es un delito, hay veces que callar es un delito.
Dicen que “el silencio es oro”. Nosotros decimos que hay silencios criminosos. Es tan malo hablar cuando se debe callar, como callar cuando se debe hablar.
Semejantes a una flor, llena de colorido pero falta de aroma, son las palabras hermosas pero estériles, de quien no obra de acuerdo con lo que dice.
Semejantes a una bella flor, llena de colorido y de aroma, son las palabras hermosas y fecundas de quien obra de acuerdo con lo que dice.
Es urgente terminar con la mecanicidad de la palabra, es necesario hablar con precisión, en forma consciente y oportuna; necesitamos hacernos conscientes del verbo.
Hay responsabilidad en las palabras, y jugar con el verbo es un sacrilegio. Nadie tiene derecho a juzgar a nadie, es absurdo calumniar al prójimo, es estúpido murmurar de la vida ajena.
Las palabras injuriosas caen sobre nosotros, tarde o temprano, como un rayo de venganza. Las palabras calumniosas, infames, siempre retornan sobre quien las pronunció, convertidas en piedras que hieren.
Samael Aun Weor
“Tratado Esotérico de Astrología Hermética”.
Los eventos exteriores jamás serían tan importantes como el modo de reaccionar frente a los mismos.
¿Permanecísteis sereno frente al insultador? ¿Recibísteis con agrado las manifestaciones desagradables de vuestros semejantes?
¿De qué manera reaccionásteis, ante la infidelidad del ser amado? ¿Te dejaste llevar por el veneno de los celos? ¿Mataste, estáis en la cárcel?
Los hospitales, los cementerios o panteones y las cárceles, están llenos de equivocados sinceros que reaccionaron en forma absurda frente a los eventos exteriores.
La mejor arma que un hombre puede usar en la vida, es un estado psicológico correcto. Uno puede desarmar fieras y desenmascarar traidores, mediante estados interiores apropiados.
Los estados interiores equivocados, nos convierten en víctimas indefensas de la perversidad humana.
Aprended a enfrentaros, a los sucesos más desagradables de la vida práctica, con una actitud interior apropiada. No os identifiquéis con ningún acontecimiento, recordad que todo pasa. Aprended a ver la vida como una película y recibiréis los beneficios. No olvidéis que acontecimientos sin ningún valor podrían llevaros a la desgracia si no elimináis, de vuestra psiquis, los estados interiores equivocados.
Cada evento exterior necesita, incuestionablemente, del billete apropiado, es decir, del estado psicológico preciso.
La palabra debe salir del corazón, no de los distintos agregados psíquicos que poseemos.
Con profundo dolor me doy cuenta de que cuando alguien habla, la palabra sale desgraciadamente, no de las profundidades del Ser, sino del fondo de cualquier agregado psíquico inhumano.
La palabra brotada exclusivamente de la Esencia, no habría nada que objetarle: sería pura, perfecta, pero las gentes tienen distintos agregados psíquicos, muy desarrollados. Así es que, cuando algunos utilizan la tribuna de la elocuencia, lo hacen casi siempre con el propósito de lanzar una ironía contra alguien, de humillar a alguien, de insultar a alguien, etc. Es decir, no nace la palabra de la Esencia pura, no brota del Ser, sino que deviene del fondo de algún “yo”, y por ello no es espontánea, no es pura, no produce un efecto creador.
Por lo común, la palabra de las gentes tiene su origen entre las entrañas de tal o cual agregado psíquico, ya sea este de envidia, ya sea de ira, ya sea de amor propio, ya sea de orgullo, de egoísmo, de auto‑suficiencia, de auto‑importancia, de engreimiento, de ambición, etc. Con dolor veo que nunca la palabra brota de las entrañas del Ser, y esto es lamentable!
(Comienzo de la cinta)
...Cuando la palabra surge de entre las profundidades del Ser, está llena de plenitud y de belleza interior. Más cuando la palabra surge de entre las entrañas de tal o cual agregado psíquico, está condicionada por el mismo, no tiene elasticidad, no tiene ductibilidad, no goza de plenitud, no es íntegra, y produce en el ambiente discordias, problemas de toda especie.
Los devotos concurren al rito, concurren al lumisial para recibir un bálsamo de consuelo en su adolorido corazón. Pero si se les da a los devotos en vez de miel, hiel, ¿qué alivio podrían tener? ¿Cómo haríamos para que progresara el Movimiento Gnóstico Cristiano Universal, si proseguimos con esa conducta? Esa tendencia que tienen unos y otros hermanos a reaccionar, me parece horripilante, absurda, no son dueños de sus propios procesos psicológicos; si se les “puya”, reaccionan, siempre reaccionan ante todo.
No olviden ustedes que en el mundo vivimos y que hay tres clases de alimentos para cada uno. El primer alimento ya lo conocen ustedes: la comida, es el menos importante –parece increíble, pero así es–. Prueba de que es el menos importante, es que uno puede vivir sin comer, muchas veces hasta un mes, el Mahatma Gandhi duraba hasta tres meses sin comer. Ese alimento entra por la boca y va al estómago.
La segunda clase de alimento es el aire, la respiración, se relaciona con las fosas nasales y los pulmones. Difícilmente podríamos vivir, siquiera tres o cuatro minutos, sin respirar. La gente dura normalmente, un minuto sin respirar y luego viene un síncope. Gracias a un entrenamiento –por ejemplo–, podríamos llegar hasta dos y tres minutos, o a cuatro, que ya sería el máximo de los máximos, pero son pocos o raros los que llegan a poder vivir cuatro minutos sin respirar. Esto nos está indicando que el segundo alimento es todavía más importante que el primer alimento.
Por último viene el tercer alimento, que es aún más importante. Quiero referirme en forma enfática, a las impresiones. Si la comida no lograra impresionar el organismo humano, jamás nos alimentaríamos, no funcionaría el óbolo intestinal, el estómago, y en general moriríamos. Si el aire no lograra impresionar los pulmones y la sangre, pues de nada serviría el aire. Así mis queridos hermanos, este tercer alimento es más importante, porque nadie podría existir ni siquiera un sólo segundo, sin el alimento de las impresiones.
Ahora bien, todo alimento necesita pasar por una transformación. El alimento relacionado con el estómago, –o sea la alimentación–, necesita pasar por una transformación; ésta transformación es factible gracias al sistema digestivo. El alimento relacionado con la respiración, tiene como vehículo de transformación a los pulmones; pero, para el tercer tipo de alimento, no hay un órgano especial, no hay estómago ni hay pulmones que valgan: ¡hay que crear ese tercer órgano!
Todo lo que nos llega a la mente viene en forma de impresiones. Ustedes me están escuchando aquí, ven un hombre que les está hablando a través de un micrófono, y esto todo es un conjunto de impresiones que llega a la mente. Todas las aventuras de la vida, todas las emociones y pasiones, todo lo que nos rodea, llega a nosotros en forma de impresiones.
El aire se transforma mediante los pulmones, la comida se transforma mediante el estómago, y aire y comida se convierten en principios vitales para el organismo. Desgraciadamente las impresiones no se transforman, quedan en la mente sin digerir. Las impresiones sin “digerir” se convierten en nuevos agregados psíquicos, es decir, en nuevos “yoes”, y eso es gravísimo.
Hay que digerir las impresiones. ¿Cómo? Reflexionemos un poco: mediante la Conciencia Superlativa del Ser.
Normalmente las impresiones llegan a la mente, y la mente reacciona sobre las impresiones. Si alguien nos insulta, reaccionamos con ganas de vengarnos; si alguien nos ofrece una copa de vino, reaccionamos con ganas de beber, si una persona del sexo opuesto nos tienta, pues sentimos ganas de fornicar. Pero siempre reaccionamos ante los impactos del mundo exterior, y eso es muy grave.
En las asambleas he visto cómo se hieren los hermanos unos a otros. Uno dice una palabra y el que se siente aludido reacciona violentamente diciendo una peor. A veces lo que dice no es demasiado grosero –se vuelve sutil, muy decente y acompañado de una sonrisa–, pero en el fondo lleva el veneno espantoso de la reacción violenta.
No hay amor entre los hermanos, se han olvidado de su propio Ser, y sólo viven en el mundo del Ego, en el mundo de la reacción. Cuando uno se olvida de su propio Ser reacciona violentamente. Si uno se olvida de su propio Ser en presencia de una botella de vino, resulta borracho. Si uno se olvida de su propio Ser en presencia de una persona del sexo opuesto, resulta fornicando. Si uno se olvida de su propio Ser Interior Profundo en presencia de un insultador, resulta insultando. Lo más grave en la vida, es olvidarse de Sí Mismo.
Así que es necesario transformar las impresiones, y eso solamente es posible interponiendo entre las diversas vibraciones del mundo exterior y la mente, la propia Conciencia. Cuando uno interpone entre las impresiones y la mente eso que se llama Conciencia, es obvio que las impresiones se transforman en fuerzas y poderes de orden superior.
Normalmente, las impresiones están constituidas por un Hidrógeno muy pesado: el Hidrógeno 48. Cuando uno interpone entre las impresiones y la mente la Conciencia, el Hidrógeno 48 se transforma en 24, que sirve para el alimento del Cuerpo Astral. A su vez, el excedente del 24 se transforma en Hidrógeno 12, que sirve para el alimento del Cuerpo Mental. Y por último, el Hidrógeno 12, el excedente –repito–, se transforma en Hidrógeno 6, que sirve para el alimento del Cuerpo Causal. Pero si uno no transforma las impresiones, éstas se convierten en nuevos agregados psíquicos, en nuevos “yoes”.
Así que, debemos transformar las impresiones mediante la Conciencia. Es muy fácil interponer la Conciencia entre la mente y las impresiones, entre las impresiones y la mente. Para recibir las impresiones con la Conciencia, y no con la mente, sólo se necesita no olvidarnos de Sí Mismos en un instante dado.
Si alguien, en cualquier momento, nos está hiriendo con la palabra, no debemos olvidarnos de nuestro propio Ser, no debemos permitir que la mente reaccione, no debemos permitir que intervenga el mí mismo, el amor propio, el orgullo, el engreimiento, etc. En esos instantes sólo el Ser debe estar en nosotros; debemos estar concentrados en el Ser, para que sea el Ser, la Conciencia Superlativa del Ser, la que reciba las impresiones y las digiera correctamente. Así se evitan esas horripilantes reacciones que todos, unos y otros, tienen ante los impactos procedentes del mundo exterior; así se transforman completamente las impresiones, y transformadas esas impresiones en fuerzas superiores, nos desarrollan maravillosamente.
Amigos, repito: que los sacerdotes no vuelvan a cometer el error de reaccionar violentamente contra el prójimo; que los directores, que los misioneros que desistan, de una vez, esa horrible tendencia que tienen a reaccionar. Si alguien dice algo, que lo diga; pero ¿por qué tiene que reaccionar su vecino? Cada cual es libre de decir lo que quiera. Y en cuanto a mi atañe, afirmo lo que tengo que afirmar, y si alguien me refuta, si dice lo contrario en una plática dada sobre algún problema que tenemos, me limito a guardar silencio. Ya dije, y eso es todo.
Porque, querer, en cuestiones privadas imponer un concepto a la fuerza, ¡eso es absurdo! Eso de querer imponer nuestra opinión “a la brava”, no es sino el resultado de las reacciones, es la reacción misma del Ego, de la mente. Resulta abominable ese proceder que ha formado terribles problemas en todo el Movimiento Gnóstico Internacional.
Por aquí, por allá y acullá, se utiliza el púlpito para insultar, para herir, para agredir con la palabra a otros, y todo eso está produciendo confusión en el Movimiento Gnóstico Internacional.